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Columna
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Ignorantes

Todos los vendedores sabían que el nombre de preferentes escondía la realidad: era una inversión de casi imposible rescate

Jorge M. Reverte

A Miguel Blesa, expresidente de Caja Madrid, hoy Bankia, se le ha malinterpretado. A Miguel Blesa le persiguen como si fuera presidente del Barça. Una desmesura.

Porque Miguel Blesa, cuando dice que los jubilados que compraban preferentes de Caja Madrid no eran unos ignorantes lo que quiere decir, en realidad, es que eran unos sabihondos, pero que él fue mucho más listo. No está dejando mal a los que reclaman que han sido engañados, sino que se reivindica a sí mismo. Él fue capaz de colársela a una cuadrilla de jubilados aviesos, algunos de ellos discapacitados, que son los peores, los más retorcidos.

La génesis de las preferentes es cristalina: se las inventa un tipo listo (pero honrado) como un sistema para recapitalizar a las cajas de ahorro, que estaban mal. Y a gente como Blesa se le ocurre que eso no hay que llevarlo a sus teóricos clientes, inversores de gran tamaño y expertos, sino a clientes minoristas, con un cebo: se pagan tipos de interés altos por la inversión. ¿Dónde está el truco? Pues en el folletito, ilegible y largo. En eso y en la complicidad comprada de una parte del Consejo de Administración, y forzada (y admitida) de una plantilla de comerciales que puso su miedo a la pérdida de trabajo por delante de la decencia. Todos los vendedores sabían que el nombre de preferentes escondía la realidad: era una inversión de casi imposible rescate.

Estar en contra de Miguel Blesa es facilón. Hay pocas personas en España que provoquen tanta repugnancia como él.

Un hombre colocado a dedo por sus amigos políticos, que ha ganado cantidades obscenas de dinero mientras arruinaba la empresa que dirigía y a sus clientes.

Su catastrófica gestión provoca un dilema clásico: o era un ignorante, o era un canalla. En ambos casos merece el peor de los castigos.

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