El lugar de donde venimos... y hacia donde nos dirigimos
Un buen día, el periodista Carlos Agulló me pidió, como admirador de este blog que es, que le prologara su libro Addis, Addis, dedicado a la capital de Etiopía y sus gentes. En él, a través de once personajes, dibuja los cambios de África hoy, para lo bueno y para lo malo. Me envió las galeradas de la obra y... quedé fascinada con el modo y manera en que contaba su travesía, sus descubrimientos e impresiones... sus contactos con ciudadanos de un país en plena ebullición que le hablan de aquello que padecen, temen o sueñan. Le escribí el prólogo con pasión porque su libro provoca en el lector un efecto optimista. El texto que sigue es mi introducción a su trabajo. Además, hoy en Planeta Futuro publicamos íntegro el tercer capítulo de la obra: Peter, Mohamed y otros niños que no juegan con la PSP
"Mira, Etiopía es ahora mismo como esta botella. El gas que bulle ahí adentro es la gente que se mueve. Aún falta algo, no sé qué es, pero está a punto de suceder. Estoy seguro de que pronto llegará el momento en que todo ese gas salga... " (Melaku Belay en entrevista con el autor, hablando de la efervescencia de las nuevas generaciones, preparadas y con ambición, que no desean emigrar, sino quedarse en casa para luchar por salir adelante)
Acostumbramos a observar y hablar de África desde nuestra mirada occidental sin percatarnos que, al otro lado, lo contemplado, son siempre personas en ebullición y no sólo paisajes, animales salvajes, guerras congeladas en el tiempo... No sólo tópicos y safaris cinematográficos exóticos. Personas en transformación constante enfrascadas en su supervivencia diaria, algunas tan creativas, tan deseosas de construir y cambiar el mundo, tan decididas... que dejan sin habla. Como las once que sirven de urdimbre a este libro escrito por Carlos Agulló y titulado 'Addis Addis', en honor al lugar donde se ha gestado y alimentado, la capital de Etiopía, durante siete años y seis viajes (entre 2005 y 2012).
La prepotencia con que desde Europa tratamos el continente y justificamos la injusticia social y la desigualdad está ya casi tan enraizada, diría yo, como la propia existencia de nuestra cultura, engreída, que ignora hasta de donde procede el hombre mismo. Y en la literatura abunda esta mirada colonial que empequeñece y deprecia por sistema lo ajeno, lejano y extraño.
Digo esto, antes de nada, para mostrar desde aquí mi admiración por este libro que tienen ustedes entre sus manos, pues está lleno de todo lo contrario, de grandeza, curiosidad, cercanía, amor y respeto al otro, posiciones de salida desde donde todos deberíamos partir siempre en la carrera de la vida, en general, y con respecto a otros seres humanos, en particular.
Y no hay duda de que desde ellas y con ellas ha construido el autor, Carlos Agulló, una obra que es un regalo. Por tres razones. Da voz directa a los africanos (algo que ya quisieran muchos expertos que pontifican y escriben sesudos análisis políticos sin haber cruzado jamás palabra alguna con alguno de ellos); rebosa información, metáforas e imágenes sobre un mundo apasionante, y nos permite zambullirnos en la historia de un país, Etiopía, del que lo ignoramos casi todo a pesar de ser el segundo más poblado del África subsahariana. Y no sólo eso: página a página, leerlo es como ir desenroscando el tapón de esa botella citada arriba y contemplar cómo de su estrecha boca va brotando el optimismo y la esperanza, la voluntad decidida de los africanos de hoy por ser protagonistas de un mundo mejor.
Un tesoro resultan estas páginas para quien nunca haya puesto un pie en el continente y también para quien lo conozca ya, pues ofrece ese punto de vista inusual mencionado, la voz autóctona. Y lo brinda en castellano. Algo digno de celebrar en España donde también la traducción de libros de y sobre África es un bien escaso.
Ni guía de viajes, ni diario al uso, dice el autor que es 'Addis, Addis', tampoco un panegírico o un ensayo crítico, sólo una forma de mostrar lo que han ido viendo, compartiendo y viviendo él, su esposa y sus tres hijos etíopes adoptados, intermediarios dispuestos cual esponjas a empaparse de todo de primera mano, y ofrecerlo luego para atenuar el desconocimiento: "Es la forma de contar lo que hemos visto a quienes nos preguntan a la vuelta de nuestros viajes si hay coches en Addis Abeba, si hay avenidas y comercios, si se puede caminar por la ciudad... A quienes les preguntaban en la escuela a nuestros hijos si se acostumbraban a vivir vestidos".
Detalles, acontecimientos sociales, económicos, universitarios, culturales últimos y no tan últimos. Hasta los chistes políticos que corren por los cafés. Todo fluye en este libro:
–¿Sabes en que se parecen la oposición en Etiopía y un coche deportivo?
–En que solo tienen dos asientos.
Un lujo. Agulló, con buena mano periodística, cuenta Etiopía a través de sus ciudadanos, pobres y ricos, famosos o no tanto: Melaku Belay, Peter, Mohamed, Selam Tewasom, Filagot Getachew, Dawit Kebede, Bekelech, Afewerk Tekle, Munit Mesfin, Wubalem Tadesse, Wami Birratu, Haile Gebreselassie... y otros muchos que están ahí sin ser nombrados.
Les da voz y los considera iguales ya desde el momento de abordarlos. Los convierte de inmediato en amigos que desbrozan para nosotros, lectores privilegiados, un mundo impresionante y desconocido, aquel que es herencia del legendario y orgulloso reino de Saba. Y su mirada, su forma de vida como ciudadanos contemporáneos en la era de la globalización y las redes sociales, de la emigración y las primaveras árabes, sus opiniones son recogidas en varios encuentros, durante la media docena de viajes que el autor realizó y que tuvieron primero como razón de ser la adopción de sus hijos, y la pasión por el país, después. Y aunque sobre lo primero apenas habla ("no es este un libro sobre adopciones", avisa), lo segundo es detalle importante, pues indica que una sola visita no es nunca bastante para abarcar un mundo tan complejo, y menos en África donde, en general, nada es lo que parece a primera vista.
Nos regala así el autor la vida de un pueblo. Lo describe con tanta pasión, que dan ganas de volar ipso facto hasta Addis Abeba, esa "nueva flor" en lengua amariña; esa suerte de ciudad lasaña con "capas que se superponen", allí donde conviven ricos y pobres, el presente y el pasado, según escribe: "... tecnología de comunicación por satélite con casas sin agua corriente; rascacielos con casas de barro; jóvenes que graban videoclips de hip–hop en la calle, con vendedoras que asan mazorcas de maíz en aceras desportilladas; los rezos por altavoz desde las torres de iglesias ortodoxas y mezquitas con el neón de discotecas y salas de fiesta; chicas que salen a la calle vestidas como si fueran a hacer los coros a Beyonce, con mujeres ataviadas con sus nételas y chammas, las tradicionales túnicas...; jóvenes que se mueven con soltura por Internet y las redes sociales como Facebook con chavales que conducen rebaños de cabras y burros...".
Y una vez allí, recorrer sus calles, visitar sus museos, sus restaurantes, sus salas de conciertos, las dependencias multinacionales de los hoteles, las colonias de viviendas del extrarradio... Dan ganas de mezclarse, perderse entre sus gentes, atender a la transformación urbana, los cambios políticos, la deforestación y la desigualdad que no cesan... Dan ganas de trotar y trotar, como tantas veces, leemos, hizo y hace Wami Birratu, el atleta que ganaba al mismísimo Bikila...
Pues de todas las historias, la que más me impresiona es la de este hombre campeón de campeones, casi centenario, que casi nadie ya recuerda. A quién nadie rinde pleitesía. Él es la metáfora de un tiempo:
"La longeva existencia de Wami Birratu le permite ser testigo de los más importantes acontecimientos de la historia moderna de Etiopía. Nació el mismo año que murió el emperador Menelik II y, por tanto conoció las intrigas palaciegas que colocaron en el trono a Haile Selassie, los fastos de la coronación, la invasión y expulsión de los italianos, los fallidos golpes de Estado, la revolución que acabó con el Negus, la dictadura de Mengistu y la guerra civil que llevó al poder a los antiguos guerrilleros y el régimen del Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope; sirvió como soldado en la provincia autónoma de Eritrea y vio cómo Etiopía perdía su salida al mar con la independencia de ese territorio".
Wami corría y corría por las calles de la capital, uno y otro día, movido por una fuerza interior, en pos de un deseo, independientemente de récords, alabanzas o premios.
Como Agulló mismo, yo diría.
Que en esta Marathon por contar lo que le fascina de Etiopía no puede ocultar su intención última: transmitir a sus tres hijos, Misiker, Anteneh y Kalab, la esencia del lugar donde han nacido. Hacerlo cuanto antes, para prevenir; para que no se dejen contaminar por la visión simplista de la vieja Europa; para que no olviden y sepan bien cual es la identidad de ese lugar de donde todos venimos o, quizá, hacia donde, sin saberlo, ya nos dirigimos.
Addis, Addis está editado por Sial-Pigmalión (Ver en Facebook)
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