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Maniobras de Blair en la oscuridad

Desde que dejó Downing Street cosecha titulares que se escoran hacia la prensa rosa Sus millones, supuestas aventuras con la exmujer de Murdoch e incómodos consejos a la polémica Rebekah Brooks

El ex primer ministro británico, Tony Blair, retratado a principios de 2013.
El ex primer ministro británico, Tony Blair, retratado a principios de 2013.BLOOMBERG

Se llama Anthony Charles Lynton Blair, pero le gusta que le llamen Tony. Desde la muerte de Margaret Thatcher ostenta el título de político británico vivo más polémico, que es como decir el más odiado. Haga lo que haga, casi siempre es noticia.

Pero la admiración que despertó por llevar al centro al laborismo y al conjunto de la política británica empezó a desaparecer en 2004, cuando George W. Bush decidió invadir Irak y Tony Blair se convirtió en el hombre clave, en el paraguas internacional que necesitaba. Eso no le impidió conseguir en 2005 su tercera victoria electoral, aunque en aquel tiempo los laboristas no tenían rival. Pero su prestigio se fue difuminando con rapidez y su antiguo mentor, Gordon Brown, consiguió por fin forzar su marcha de Downing Street en 2007.

Desde entonces, su influencia directa en la política británica es casi nula, pero Blair ha seguido siendo noticia. Los titulares en torno a él, sin embargo, se confunden más con la prensa rosa o con las maniobras en la oscuridad. La religión, el dinero, las aventuras o desventuras con la entonces mujer del magnate mediático Rupert Murdoch y esta semana su papel de consejero de la que fuera mano derecha de Murdoch en sus diarios británicos, Rebekah Brooks, y sobre todo que le aconsejara poner en marcha una investigación como la que le exoneró a él de haber exagerado el peligro de los arsenales de Sadam Husein para justificar la guerra de Irak, son algunos de los temas que en los últimos años han mantenido a Blair en la primera página de los periódicos en Reino Unido.

Sugirió a Brooks que montara una investigación como la que le exoneró a él de exagerar el peligro iraquí

La sonrisa ha sido el santo y seña que le ha permitido ganarse a los votantes y a sus interlocutores, a los que suele desarmar con sus formas cálidas y próximas. Pero los caricaturistas, esa especie humana con un sexto sentido que les permite retratar el alma de una persona a partir de una característica física, le han retratado como un hombre con un ojo izquierdo desproporcionadamente escrutador que domina toda su personalidad.

Blair el escrutador se hizo católico nada más abandonar Downing Street en la primavera de 2007. El anuncio no sorprendió a nadie. Si acaso llamó la atención que no lo hubiera hecho antes. Pero tampoco eso sorprendió. Un hombre tan calculador como él no iba a cometer la torpeza de abrazar al Papa de Roma siendo primer ministro de un país que todavía hoy prohíbe a su monarca practicar el catolicismo y hasta hace muy poco tiempo ni siquiera le permitía estar casado o casada con un católico o una católica.

El ex primer ministro nunca ha ocultado el ardor de su fe religiosa, que contrasta con el creciente secularismo de la sociedad británica y que provocó una de las preguntas más incómodas que le ha hecho la prensa en su larga carrera política: “¿Rezaban juntos?”, le preguntaron una vez en una entrevista acerca de su relación con el también muy religioso George W. Bush. “¿Cómo dice?”, preguntó a su vez Blair a la búsqueda de tiempo para preparar una respuesta convincente.

Después de la religión llegó el dinero. El liderar un partido de izquierda y ser profundamente religioso no le ha impedido acumular una considerable fortuna y levantar un pequeño imperio inmobiliario a base de conferencias y de asesorías al mundo de los negocios. Él dice que no le interesa especialmente el dinero, que no sueña con hacerse rico, pero que le viene bien para financiar sus fundaciones sobre religión, deporte, cambio climático o África.

Convidado de piedra

El mismo día de 2007 en que dejó Downing Street, Tony Blair fue nombrado enviado a Oriente Próximo del llamado Cuarteto, para aunar las voluntades de las cuatro fuerzas que lo integran: EE UU, la UE, Rusia y la ONU. Pero Blair ha quedado ausente de las negociaciones reactivadas en julio por el secretario de Estado norteamericano, John Kerry. Ha visitado la zona en más de cien ocasiones, pero si bien Israel defiende tímidamente su labor, los palestinos le retratan como un mero convidado de piedra.

Quizás el momento más embarazoso para Blair desde que dejó el poder llegó hace tan solo unas semanas, cuando se publicaron unas notas personales de Wendi Deng, la exmujer de Rupert Murdoch, en las que le describía en términos tan fogosos que mostraban una pasión más propia de una adolescente que de una mujer madura. En el entorno de Blair han situado la relación entre ambos en el terreno del platonismo y han dejado claro que él ni la buscaba ni la deseaba. Sea como fuere, parece claro que Murdoch ha visto más Eros que Platón en la admiración de Wendi por Tony, y ya nadie duda de que esa fue la causa del divorcio exprés de la pareja el verano pasado. Murdoch, que se acaba de comprar su piso de soltero en Nueva York —un apartamento de cuatro plantas de 42 millones de euros—, no se le pone al teléfono a Blair y este no ha podido darle explicaciones personalmente de por qué, si no había nada entre ellos, nunca le habló de sus encuentros a solas con Wendi.

Blair difícilmente volverá a la política nacional y su triste figura en el conflicto palestino no le augura grandes andaduras internacionales. Pero pasar de ser el padrino del hijo de Murdoch a enemigo puede ser un mal negocio porque aún le persigue el fantasma de la guerra de Irak. Todavía no se ha publicado el esperado informe Chilcot sobre las razones de la invasión. Y la publicación de un correo electrónico de Rebekah Brooks sobre los consejos que le dio Blair durante los momentos más álgidos de la crisis de las escuchas del News of The World han sido un mal negocio para él.

En ellas aconseja a Brooks, ocho días antes de ser arrestada, que montara una investigación “al estilo Hutton” para ser exonerada. Es decir, exactamente lo que todo el mundo piensa que hizo él para resolver a su favor la polémica pública con la BBC tras la muerte de un asesor del Ministerio de Defensa, el doctor David Kelly.

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