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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Aldabonazo bosnio

La explosión social del país balcánico refleja una parálisis política que Europa no puede ignorar

Bosnia ha despertado de un letargo político de años con una explosión social que ha sorprendido a la mayoría. Las protestas iniciadas hace una semana en Tuzla se han extendido violentamente a una veintena de localidades donde los manifestantes airean su ira por la pobreza, el desempleo masivo y la corrupción e incompetencia de sus dirigentes políticos. Los agravios no son nuevos, pero han sido mantenidos en sordina por la esperanza de cambio y el terrible recuerdo de una guerra étnica devastadora en el corazón de Europa.

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La aparente estabilidad bosnia ha ocultado durante años una peligrosa parálisis. Los acuerdos de Dayton de 1995, diseñados por Washington y que pusieron fin a la guerra entre bosniomusulmanes, croatas y serbios, alumbraron un Estado provisional, laberíntico y disfuncional, con dos entidades nacionales separadas —la bosniocroata y la serbia—, decenas de centros de poder y una Presidencia rotatoria. El modelo ha resultado inoperante para impulsar el desarrollo económico de un país fracturado y su acercamiento a la UE.

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El estallido de Bosnia es el de un país sin horizontes, cuya exasperación deriva de años de inercia y del fracaso de una clase dirigente más atenta a cuotas de poder y al clientelismo que a la solución de los apremiantes problemas de sus escasos cuatro millones de conciudadanos. Los políticos bosnios ni siquiera han sido capaces de avanzar en una reforma constitucional que permita aproximarse a la UE, después de que, en 2009, el Tribunal de Estrasburgo juzgase discriminatoria la provisión de Dayton que reserva los cargos relevantes del Estado exclusivamente a serbios, croatas o bosniomusulmanes.

La ira callejera tiene poco que ver con nacionalismos, pero podría no seguir siendo así en un país cuyos dirigentes son expertos en transformar el descontento popular en agravio étnico. La parálisis de Bosnia, que celebra elecciones en octubre, se ve agravada por el hecho de que sus vecinos emergen del abismo de las guerras de desintegración de la antigua Yugoslavia. Croacia forma parte ya de la UE. Montenegro negocia, y Serbia —hasta hace poco un Estado paria— camina hacia el acceso de la mano de antiguos ultranacionalistas. Bruselas, que ha manejado Bosnia como un protectorado, tiene en el país balcánico un caso de actuación urgente. La crisis debe proporcionar a la UE y EE UU el ímpetu para impulsar las reformas que permitan a Bosnia salir del marasmo.

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