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Tribuna
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Hablan las mujeres

La ley del aborto no puede ser el resultado de una imposición sin consenso

Máriam Martínez-Bascuñán

Afortunadamente para el valor y la riqueza de nuestras democracias, no todas las mujeres tienen los mismos valores ni comparten los mismos intereses y opiniones. Por ello, sería un grave error darles un tratamiento de grupo homogéneo, ya que implicaría degradarlas y empobrecerlas.

La pluralidad de intereses, opiniones y valores entre las mujeres ha hecho que muchas pensadoras se partieran literalmente la cabeza por tratar de buscar una base común para ciertas experiencias que sí podrían ser compartidas, y defender así sus reivindicaciones desde posiciones inclusivas. Una muy importante es el hecho de tener un cuerpo con la capacidad única de generar otra vida, donde se quiebra esa separación entre el ser y el otro que paradójicamente sostiene toda la metafísica occidental, rompiendo con muchos los postulados de las viejas ideas de nuestros grandes filósofos.

Asombrosamente, la experiencia de generar otra vida ha sido omitida de todo discurso sobre la “experiencia humana” y la subjetividad. Todavía hoy es complicado encontrar relatos en medicina, en filosofía, en religión que inviten a hablar a las mujeres en sus propios términos sobre dichas experiencias. De cómo, por ejemplo, sus cuerpos dejan en alguna medida de identificarse como propios, porque dentro de ellas sienten movimientos que no son suyos, sino de otro ser que todavía no es un otro porque sus fronteras son inciertas. Y todo ello a lo largo de un proceso temporal único en el que lo que experimenta el propio cuerpo hace quebrar las mismas percepciones temporales de pasado, presente y futuro.

Dudo mucho que el ministro Gallardón haya escuchado alguno de esos relatos o que pueda comprenderlos. Porque de ser así, habría entendido que si existe algo sobre lo que puede haber consenso en torno a este debate es que solo las mujeres gozan de una relación especial que conecta sus cuerpos con el feto que llevan. Este solo hecho hace casi incuestionable el argumento de que ellas son las principales concernidas; desde la pluralidad de sus valores, sus necesidades, sus deseos, sus problemas y las opciones vitales que sostienen. Precisamente por esto, porque hay valores contrapuestos entre ellas, la ley no puede ser el resultado de la imposición de una postura moral sin consenso.

Quizá esta reforma no sea más que una cortina de humo para cubrir a un partido salpicado por la corrupción

Quizá esta reforma no sea más que una estrategia de comunicación, diseñada como cortina de humo para cubrir la cartografía política de un partido salpicado como nunca por una corrupción estructural que pretende banalizar. De ser así, el ministro nos habría instrumentalizado otra vez, como ha instrumentalizado el discurso sobre la violencia estructural, y como finalmente ha encerrado el aborto dentro de un relato sobre la vida que es falaz e hipócrita.

Qué duda cabe que el debate sobre el aborto está conectado con la vida. Debería contar como vida, o como una vida, o como una vida humana, de la misma manera que se habla de la muerte, o de la muerte cerebral, o de cuando el corazón deja de latir. Aunque al final no sepamos bien si lo que marca ese tránsito de la vida hacia la muerte es una estipulación jurídica o un certificado médico de defunción. Debido a esto, decidir sobre el aborto no es un único problema desconectado de otras decisiones, sino un ejemplo intenso y dramático de todas las elecciones en cadena que la gente debe tomar a lo largo de sus vidas. Por esto mismo resulta complicado limitar el aborto única y exclusivamente al discurso sobre la vida, puesto que quienes están a favor de más libertades reproductivas, y por tanto, a favor de la propia elección, lo están también a favor de la vida.

Habría sido interesante indagar en qué momento el debate sobre el aborto ha perdido la batalla del pensamiento sobre la vida, porque esas libertades reproductivas que muchas mujeres trataron de defender con la promulgación de la anterior Ley Orgánica de 2010 estaban concernidas profundamente con cuestiones éticas y políticas basadas en las condiciones que deben mantener la vida digna de ser vivida. Pensando además que esas condiciones eran predominantemente sociales y estructurales.

La ley de 2010 consiguió que el discurso sobre la vida en relación con el aborto no ciñera la cuestión a si un determinado ser es un ser vivo o no, sino a si las condiciones sociales de su persistencia, dignidad y prosperidad eran posibles y viables. Ese era el trasfondo sobre el que plantearon las preguntas de quién decide y el alcance de la toma de la decisión. Había consenso en señalar que la vida no solo se basa en el impulso interno de vivir, sino en las condiciones sociales y políticas que la apoyan; por ejemplo, una ley de dependencia, una ley igualitaria en permisos por maternidad o una ley integral contra la violencia estructural de género desde ministerios como el de Sanidad, Igualdad o Trabajo, y no de Justicia.

Curiosamente, el único consenso que ha existido en torno a la ley que pretende aprobar el ministro Gallardón, desde ese Ministerio de Justicia y con la Conferencia Episcopal, es el de la gran mayoría de las mujeres que se oponen a ella.

Máriam Martínez-Bascuñán es profesora de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid.

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