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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Patrias de conveniencia

Mientras se discute con vaguedad sobre esencias nacionales, uno suficientemente rico puede comprarse cualquiera de ellas

SOLEDAD CALÉS

La recesión y los recortes fiscales producen daños colaterales insospechados. Por ejemplo, por el módico precio (para un magnate) de un millón de euros cualquier ciudadano ruso, chino, brasileño o camerunés puede adquirir la nacionalidad de un país europeo y circular libremente capitales, mercancías, bienes, servicios y lo que le plazca por la Unión Económica y Monetaria (UEM) o por la Unión Europea (UE). Estamos ante un caso de nacionalidades de conveniencia, por dinero o por emulación social. ¿Que cómo se hace? Pues depende. En Malta o Chipre se puede conseguir un pasaporte legal con la nacionalidad legalmente estampillada a cambio de inversiones en el país o de dinero contante y sonante; en España, Portugal o Reino Unido se logra comprando una vivienda o poniendo dinero en un negocio o adquiriendo deuda pública; y en casi todos es gratuita si eres un deportista famoso o un artista de renombre. ¿Que uno no quiere invertir? Pues se monta una empresa falsa; el truco suele colar. Tanto necesita Europa el dinero que a través de los planes Nacionalidad por Inversión vende o entrega sus esencias. Para que el comprador pueda hacer negocio, claro.

Podría decirse que las patrias están en el mercado, han salido a bolsa. Rasque usted en cualquier fenómeno y aparecerá la ironía. Mientras en España se discute con asombrosa vaguedad sobre la esencia nacional o el sentimiento inalienable de la catalanidad, resulta que si uno es lo suficientemente rico puede comprar cualquiera de estas esencias o un ramillete de ellas; porque en el momento que se adquiere la nacionalidad portuguesa o británica, pasa a ser de inmediato catalán, valenciano o gallego. O bávaro.

No es de extrañar que en Bruselas estén preocupados; no alarmados, porque funciona el argumento sedante de que los visados de oro no causan trastornos masivos, como los que originan las oleadas de pobres. Pero la fea discriminación implícita —barreras a los refugiados, puente de plata a los afortunados— no se borra con pragmatismo. Sobre todo si se compara el mercadeo europeo con la seriedad del pasaporte en otros países. En fin, Bertrand Rusell intentó explicarlo: “El nacionalismo no sobrevive sin creencias falsas”.

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