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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La fama no libra de prisión

Llamarse Ortega Cano es insuficiente para eludir la cárcel tras una condena por homicidio imprudente

SOLEDAD CALÉS

Es lamentable que una persona de mala salud tenga que ingresar en la cárcel, pero sin duda hay otros presos en esas condiciones. Así que se comprenden las razones por las que una juez ha rechazado que José Ortega Cano continúe libre mientras el Gobierno decide si le indulta o no, negando que sus problemas cardiacos justifiquen el intento de librarle tras la condena a dos años  y medio de cárcel.

Agotadas las posibilidades de ablandar el corazón de la justicia y exprimida la compasión de los que tanto se apenan por las celebridades, la libertad del torero pende de un eventual recurso in extremis. Un grave accidente de tráfico es el motivo de esta situación. Pero si hay que preocuparse del causante, ¿qué decir de la familia de la víctima mortal, Carlos Parra? En la noche del 28 de mayo de 2011, cuando iba a trabajar, el carril por el que circulaba fue invadido por un todoterreno cuyo conductor, Ortega Cano, llevaba nada menos que 1,26 gramos de alcohol por litro en sangre.

También es verdad que el torero tiene 60 años, pero otros 1.800 penados cuentan con tanta o más edad.

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Ir a la cárcel no es plato de gusto para nadie. Lo que pasa es que ahora se nota más, cuando tantas celebridades se ven inmersas en sonados problemas judiciales. Pero lo cierto es que en España va mucha gente a prisión. De hecho, este país cuenta con un número de presos (67.000, según datos de noviembre pasado) muy alto para un Estado de la UE.

Sería interesante revisar las condiciones que obligan a llenar de tal modo las prisiones existentes. Sin embargo, el populismo ambiental de los últimos tiempos se ha cebado en reclamar cárcel para todo, con o sin sentencia firme de por medio (más de 9.000 presos son preventivos). Y los políticos en el poder no paran de responder a tales preocupaciones con el endurecimiento de los castigos. El resultado es que Alemania, un país con más habitantes que España, cuenta con menos población encarcelada.

Pero si alguna vez se impone una revisión de estos problemas, guiada por criterios de racionalidad, desde luego la fama no servirá para discernir quiénes son los que podrían compensar a la sociedad con penas que no les priven de libertad.

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