¡Qué difícil es debatir!
Rodrigo Tena me reprocha no haber tenido en cuenta, en mi artículo sobre el debate ideológico y moral en torno a la proyectada nueva regulación del aborto, que la ideología es algo así como una “falsa conciencia” (Engels) o un conjunto de ideas “condicionadas existencialmente” (Mannheim), de manera que los valores e ideas de los defensores de esa nueva regulación no son tales valores e ideas, sino meros disfraces de intereses políticos muy concretos incluidos los de manipular a su electorado. Lo cierto es que sí tuve en cuenta al escribir mi artículo esa conocida (des)calificación de las ideologías, pero creí que a estas alturas nadie iba a recurrir a ese “viejo truco del almendruco” de desenmascarar las ideas del contrario por sus motivos escondidos y por sus condicionantes estructurales, motivos y condicionantes de los que milagrosamente estarían exentas las propias. Me equivoqué, siempre hay alguien dispuesto a lo que Giovanni Sartori llamó “la caza de brujas de las ideas”.
Por su parte, Rodrigo Tena efectúa una cumplida justificación de la despenalización del aborto sobre la base de la falta de efecto de prevención social de la norma penal sancionadora. Personalmente estoy de acuerdo con él, pero no soy tan ciego como para no apercibirme de que esta justificación también es al final “ideológica”, pues solo tiene sentido dentro de una ética utilitarista benthamiana. Y por eso concibo como legítimo que alguien esté en desacuerdo conmigo sobre la base de una concepción deontológica que entienda que el Derecho debe atender a otros valores diversos de los de sus consecuencias sociales. Y debatiré con él. Lo que no haré nunca es descalificar a priori al que no piensa como yo porque lo suyo son bastardos intereses camuflados de ideas, mientras que lo mío son razones puras. Eso es tan fácil que hasta da un poco de vergüenza.— José María Ruiz Soroa.
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