Yunnan, donde el mundo no mira
En la provincia de Yunnan situó el escritor James Hilton su paradisíaco y utópico Shangri-la En la vida real, las 26 etnias de la región resisten así la amenaza de la globalización y la polución.
Es fácil saber que se está sobrevolando la provincia de Yunnan. Sucede justo cuando la gruesa capa de polución que cubre el resto de China se desvanece y el gris industrial de su característico paisaje se transforma en una paleta de vivos colores. Están los intensos verdes de las junglas de la región sureña de Xishuangbanna, los arrozales ocres del centro, el azul profundo de lagos aquí y allá, y las aristas nevadas que rodean la mítica Shangri-la, y que ascienden al norte hasta el altiplano del Tíbet. Todo ello salpicado por los dorados de pagodas más propias de la vecina Myanmar.
A ras de suelo, la homogeneidad del paisanaje también estalla convertida en un complejo universo cultural. La mayoría de la etnia Han, la más común en China, se diluye para dejar paso a un atlas humano compuesto por 26 grupos diferentes, en el que tienen cabida desde los agricultores que conservan la única escritura pictográfica del planeta (el dongba de los Naxi), hasta los guerreros que no hace mucho colgaban las cabezas de sus enemigos en el porche y comerciaban con opio, como es el caso de los Wa. También se han desarrollado en estas ya no tan remotas tierras sociedades como la de los Mosuo, también conocida como El reino de las mujeres, porque estas pueden tener tantos compañeros sexuales como deseen.
China, pero no
Yunnan afronta la globalización sin sacrificar su carácter milenario
Muchos de estos grupos son naciones sin estado. Por eso resulta tan difícil creer, en muchas ocasiones, que Yunnan sea China. Ni siquiera su capital, Kunming, comparte muchos de los elementos que caracterizan a las ciudades del país. Ahí están los rascacielos fruto del rápido crecimiento económico, y también los monumentales centros comerciales que han llenado el vacío religioso cavado en la población desde 1949 con una hoz y un martillo. Pero Kunming es diferente. Ha sabido sumergirse en la globalización sin sacrificar un carácter forjado durante siglos.
Y eso es también una bendición para cualquier viajero. Porque es posible disfrutar de un desayuno típico en un pequeño establecimiento callejero o dejarse llevar por un bufé internacional de cinco estrellas. Relajarse en una casa de té con lo mejor de la variedad autóctona oolong o tomarse un capuccino en un Starbucks. Dejarse seducir por los matices de una ópera tradicional o sudar como un loco al ritmo de los clubs de la ciudad. Da exactamente igual lo que uno esté buscando. Kunming lo tiene a espuertas.
Da exactamente igual lo que uno esté buscando. Kunming lo tiene a espuertas
El hombre y la foto
El resto de Yunnan defrauda todavía menos. Entre sus fronteras, el tiempo parece ralentizarse, el estrés de las megalópolis se desvanece en lugares como Dali, antaño núcleo de mochileros y ahora una de las ciudades más abiertas al turista occidental de la región. La naturaleza, vejada y torturada en gran parte del resto de China, representa todavía un papel protagonista allí. Viajar por estas tierras fértiles, que además esconden codiciadas materias primas, es como introducirse en el mundo de Horizonte perdido, la novela que James Hilton publicó en 1933 en la que un explorador encuentra en la región el edén perdido. Le rodea a uno un abanico de diferentes tipos de vida, la mayoría con profundas raíces en la historia. Pero no por mucho tiempo. Desafortunadamente, la globalización y el afán homogeneizador del Partido Comunista ponen en peligro la diversidad natural y étnica de la provincia. Y nada mejor para confirmarlo que una visita a Lijiang, uno de los centros turísticos más relevantes del país, publicitado en agencias de viaje como una de las pocas ciudades antiguas que quedan en pie. En realidad, el lugar se ha convertido en un parque temático en el que los edificios originales han sido demolidos para permitir su reconstrucción como locales comerciales con encanto, y en el que los miembros de las minorías étnicas posan a cambio de unos yuanes con trajes que jamás vestirían en la vida real. Es más, muchos ya ni siquiera son capaces de hablar su lengua materna porque el mandarín es hegemónico en las aulas.
Al sur, la ciudad de Jinghong es un buen ejemplo de la velocidad a la que se extiende el holocausto natural que amenaza a todo el país. Ya lo cuenta la ecologista Li Minguo, cuyo intento por proteger el rico ecosistema del lugar le ha costado amenazas y un incendio provocado en sus tierras: “El Gobierno está explotando los recursos de forma insostenible en connivencia con empresas sin ética y habitantes avariciosos que ven en la venta de sus tierras un atajo para abandonar sus antiguas tradiciones y disfrutar de una vida moderna que, finalmente, supone cavar su propia tumba”. Está visto que Yunnan no se escapa a la filosofía del yin y del yang.
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