Cataluña, votaciones y puntualizaciones
Tenemos una ley electoral por la que los ciudadanos votamos listas cerradas decididas por los órganos ejecutivos de los partidos políticos quienes, según sus reglamentos, son los que tienen esa capacidad de decisión. Por eso, una vez elegidos tales diputados, sus votaciones serán las que el partido indique.
Nos encontramos con que, después de que un comité del PSC decidiera cuál había de ser la votación en el Parlament a la propuesta de solicitar que el Gobierno central ceda sus competencias a la Generalitat, tres diputados del PSC se han apartado de lo acordado y han votado en el sentido opuesto.
El alcalde de Lleida, que tampoco estaba de acuerdo con la votación que tenía que emitir, ha preferido abandonar su escaño antes que perjudicar a su partido.
Los tres disidentes no quieren renunciar como el anterior y prefieren esperar a que sea la Comisión de Garantías Estatutarias la que decida expulsarlos del partido, declarando alguno de ellos que la mayoría de los diputados no estaban de acuerdo con lo que tenían que votar. ¿Pueden aclararnos por qué cuándo un órgano les elige para ir en las listas aceptan sin problema su decisión y no la aceptan cuando no coincide con su idea de lo que se ha de votar, habiendo sido decidido democráticamente por el órgano competente con más de un 80% de aquiescencia?— María Pilar Sánchez. Barcelona.
Respecto al artículo de César Molinas que sobre la cuestión catalana publicaba su periódico el pasado domingo, debo contestar que:
1. Cataluña no se aprovecha del comercio con América hasta el siglo XVIII por “falta de ambición”, sino porque Felipe V no lo permite hasta 1701, cuando concede en la corte de Barcelona el derecho al comercio directo con ese continente.
2. El respeto de las instituciones catalanas por parte del conde-duque no fue tan ejemplar como se sugiere. En 1626 hubo un reclamo a Cataluña de 16.000 soldados y en 1634 se detuvieron cuatro consejeros por su oposición a los “quintos”.
3. La “ausencia de un monarca absoluto” es el motivo del estancamiento y declive de Cataluña? Eso es una justificación del absolutismo, un aplauso a la prohibición de las instituciones autónomas catalanas, a su lengua y su cultura, que fue lo que representaron los Decretos de Nueva Planta.
4. Si la “limitación de horizontes” y la “falta de ambición” son la contribución de Cataluña a la crisis española, bienvenidas ambas, aunque solo sea para frenar la gran mentira de la necesidad del consumo como forma de vida. ¿Cuándo vamos a darnos cuenta de que globalización y consumo no son más que sinónimos de expansión de grandes corporaciones, despilfarro de los Estados y alienación de la población?
Por favor, lean a Sygmunt Bauman. Yo ya callo.— Albert Vilanova Boqueras. Barcelona.
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