Los niños del cine marroquí
Por Analía Iglesias
Pasaba un día por la puerta del cementero judío de Marraquech y entonces le dije al amigo marroquí que me acompañaba que entráramos (tenía curiosidad por ver ese rincón medio escondido de una ciudad fascinante). Él me contestó que "ni loco": todavía estaba acobardado por la paliza que su madre le había pegado, cuando él era un niño, al enterarse (por alguien del barrio) que él había guiado hasta allí a un viajero que no conocía el camino. ¿Es que las tradiciones de una religión podían contaminarse con las de otra, con solo pisar un solar ajeno?
Recordé esa anécdota hace unos días, viendo una de las películas que se presentarán a partir de hoy, en el Ciclo de Cine Marroquí y Derechos Humanos: Después de Tánger, una mirada ética sobre el movimiento, que se desarrollará en la Sala Berlanga de Madrid, hasta el 15 de enero. En la mirada del niño que sabe que siempre está en falta de , el corto de Fadil Chouika (arriba), hay un inconducente pedido de socorro y también una luz de esperanza de que las cosas podrán cambiar cuando él crezca.
El niño zurdo ha aprendido a anticipar cuándo llegarán los golpes pero su instinto le sigue jugando malas pasadas. Al principio, él no sabe que a dios solo se le señala con la mano derecha, pero no hace falta andar largamente en esta vida para aprender que en muchos lugares, la izquierda es impura. Y de nada sirve que con el habilidoso pie contrario, el niño zurdo pueda meter goles como Pelé, Maradona o Messi.
Pero la mala fortuna no acaba en usar la mano izquierda para escribir o comer. Porque hay pájaros de mal agüero como el polluelo de búho que adopta el niño de (de Halima Ouadiri); hay sueños truncados como el de Amal (de Ali Benkirane), la niña que quiere ser médica (arriba) pero nació muy lejos de la escuela y en una casa con abuelos, tíos, padres y hermanos que cuidar y hay vidas cortas en contextos históricos difíciles, según Court vie, de Adil Fadili. Hay trampas que se aprenden rápido, como las de la maestra cuando está por venir al aula el inspector, o el chantaje, cuando la denuncia de cualquier acto individual se ha convertido en una acción tan común y tan dañina, amparada por un poder arbitrario.
Los niños que estos cineastas retratan son los que ellos fueron. Representan la mirada inocente, cargada de vida sin aditamentos, frente a la rigidez de unas normas culturales que entonces parecían incuestionables. Aquellos dolores son los miedos de los padres que se volvieron autoritarios, a su vez atemorizados por abuelos más inaccesibles (o aterrorizados) aún. Pero esos padres también les dieron amor y protección, aunque no accedieran a preguntarse cosas que eran parte del "paradigma patriarcal" heredado, como escriben los organizadores del ciclo. Contradicción.
Sobre ellos, la maldición de los años setenta, como alguien llama a los 'años de plomo', a ese tiempo político represivo en el que padres, abuelos y niños tienen penalizado casi todo. Aquella violencia de Estado empezó a investigarse en 2004, cuando el actual rey puso en marcha la Comisión de Equidad y Reconciliación. Y allí está Leila Kilani, con su documental Los lugares prohibidos, indagando junto a las víctimas.
En cuanto al cine de ficción, más allá de aquel Tánger con glamour literario, Casablanca no es la de Humphrey Bogart ni la de Ingrid Bergman, tampoco aquel Morocco de fiesta en el que cantaba Marlene Dietrich. Casablanca es una herida reciente, todavía no cerrada, que ha marcado a los creadores y a sus personajes. De ahí las referencias de varias de estas películas a los atentados suicidas de 2003, en Casablanca. De ahí el realismo. De ahí lo cotidiano -la alegría y la impotencia- atravesado por la gran impotencia de la Historia y la locura terrorista.
De nuevo, la contradicción. Hoy, esa sociedad se está preguntando abiertamente por casi todo (legalización del aborto, herencia de las mujeres, derechos homosexuales) y legislando a tono con la época, en temas que antes fueron tabú (igualdad de acceso a la educación, nuevos derechos laborales y familiares para las mujeres, como el de decidir sobre el divorcio y la poligamia). Sin embargo, también es una sociedad que, a ratos, sigue dividiendo tajantemente lo público y lo privado. Los deseos (y las acciones privadas) van por un lado y los deberes familiares y sociales, por otro, dando cuenta de lo que les cuesta a los individuos desprenderse de mandatos que parecen estampados en piedra, como reseña la prensa marroquí acutal.
En la tensión de este particular tiempo histórico, en el que seguramente se están incubando interesantes historias, están los niños, que vienen sin mochila de pecados, inequidad o vergüenza. Ellos llegan para escribir su vida y ya están dejando sus ojitos asombrados en este cine nuevo. Ellos son el refugio frente a los mayores testarudos. Son la amable sonrisa simbólica de la niña de 'La vida da vueltas' (de Tarik El Idrissi), que es hija de las migraciones cruzadas, también hija del retorno y la comprensión... Quizá el primer tallo de la generosidad que da haber cruzado el mar para reunirse con otro ser humano, el de la otra orilla.
Tráiler de 'Courte vie' de Adil Fadili.
Ciclo de Cine Marroquí y Derechos Humanos: 'Después de Tánger, una mirada ética sobre el movimiento', organizado por la Fundación Sgae, la Association pour l'Action Interculturelle Universitaire Citoyenne y el Centro de Estudios del Mundo Mediterráneo. Del 9 al 15 de enero, en la sala Berlanga de Madrid. Aquí el programa.
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