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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Inútiles contraseñas

Los usuarios se ven desarmados ante el (mal) uso de las tecnologías

MARCOS BALFAGÓN

De poco sirve esperar a que el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, presente sus propuestas para limitar el indiscriminado espionaje que viene aplicando la ya famosa Agencia de Seguridad Nacional (NSA). Gracias al fugitivo Edward Snowden, ex colaborador de dicha agencia, ahora sabemos que nuestras vidas están estrechamente vigiladas: y sobre todo lo están las de nuestros líderes políticos y, probablemente, las de los económicos. Cualquier comunicación a través de Facebook, de What'sApp, de la línea telefónica o de juegos aparentemente inocuos como Second life, puede ser interceptada por los hábiles agentes estadounidenses.

Hace solo unos días, Snowden aseguraba que su misión de abrir los ojos al mundo sobre prácticas tan abusivas había terminado. Pero su aparente retirada ha llegado junto con otra bomba de relojería: la NSA trabaja en un ordenador cuántico, capaz de descifrar cualquier contraseña. La noticia ya no sorprende, pero tiene el poder de renovar nuestras inquietudes acerca de la escasa privacidad de la que disponen hoy los humanos conectados a la Red, que son muchos.

La sospecha de que no existe una contraseña segura es, desde que existe Internet, casi una certeza. Basta con utilizar la opción de olvido de la misma para que cualquier empresa a la que se hayan aportado los datos de la cuenta corriente o la tarjeta de crédito la reenvíe al correo electrónico del reclamante. Ahora, gracias a Snowden, se sabe que incluso alguien ajeno a esa empresa en la que se confía puede ser capaz de destripar cualquier contraseña en un momento, sin necesidad de echar mano de una mente superior como la de Alan Turing, el matemático que descifró los códigos nazis en la II Guerra Mundial.

Cautivos y desarmados por la fuerza de la tecnología y la voracidad del espionaje, a los usuarios solo les quedará renunciar al uso de las redes o, por el contrario, intentar una huelga a la japonesa introduciendo tantos datos personales que ni la poderosa NSA sea capaz de procesarlos.

Mientras tanto, eso sí, quizá sea preciso buscar una alternativa a las operaciones de banca por Internet.

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