El año de Putin
La astucia diplomática del presidente ruso no enmascara su creciente autoritarismo
Vladímir Putin tenía motivos para mostrarse jovial en su tradicional conferencia de prensa anual, que ofreció ayer ante 1.300 periodistas. Este ha sido sin duda un buen año para el presidente ruso. En política exterior, ha dejado claro que Moscú ha recuperado un papel en el escenario global. Y con la amnistía masiva, que excarcelará a varios presos emblemáticos, da un golpe de efecto para tratar de contrarrestar la campaña de boicoteo contra los Juegos de Invierno de Sochi en febrero.
El más reciente logro diplomático de Putin es el acuerdo con Ucrania. La ayuda de Rusia, que prestará a su vecino 15.000 millones de dólares y rebajará en más de un tercio el precio del gas que le vende la estatal Gazprom, se percibe, por mucho que Putin lo niegue, como la recompensa al presidente Yanukóvich por haber hecho descarrilar el Acuerdo de Asociación con la Unión Europea y, tal vez, pavimentar su adhesión a la Unión Aduanera de los países exsoviéticos. Otra cosa es que el acuerdo sea realmente una victoria del Kremlin sobre Occidente: no está claro que la inversión rusa en bonos ucranios acalle a la oposición a Yanukóvich, y mucho menos que sirva para impulsar una economía urgida de reformas y al borde del colapso.
También Putin se ha frotado las manos con la crisis abierta por Edward Snowden, a quien cobijó en Rusia después de que destapara las escuchas masivas de la inteligencia de EE UU. Es difícilmente creíble que Moscú haya permanecido ajeno a los datos acumulados por Snowden. En todo caso, a Putin, en su día agente del KGB, no le faltó ayer cierta dosis de cinismo al elogiar “la nobleza” del exanalista.
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El asilo a Snowden fue un revés para Obama, pero a cambio Putin le salvó la cara en la crisis siria, al impulsar una salida diplomática que evitó al presidente estadounidense tener que cumplir su promesa de castigar militarmente a Bachar el Asad por el uso de armas químicas.
Estos éxitos de Putin contrastan con la imagen dubitativa que ha ofrecido Obama algunas veces, pero no hay que llamarse a engaño. Rusia tiene debilidades innegables, empezando por una economía que no acaba de despegar, y que ha visto cómo EE UU se convierte este año en el mayor productor de hidrocarburos. Aunque la gran debilidad es política. La decisión de liberar a las Pussy Riot o al magnate Mijaíl Jodorkovski, tan arbitraria como sus condenas, no puede camuflar una realidad de autoritarismo, corrupción y abusos.
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