La cara horrenda de los libros de cocina
El año no ha racaneado en novedades literarias con sustancia, pero más duro ha resultado enfrentarse a los desechados. En algunas publicaciones lo peor no es el contenido, sino el aspecto
Cada diciembre publico en mi blog una lista de los libros de cocina de esta temporada que más me han gustado, con el noble objetivo de dar ideas para regalos de Navidad y de paso intentar que los lectores no patinen comprando la primera porquería impresa que encuentren en el súper. Pongo los que tengo en una pila, selecciono mis favoritos y escribo.
El año no ha racaneado en novedades con sustancia, por lo que el trabajo ha sido fácil. Más duro ha resultado enfrentarse a los desechados. Por ejemplo, recordar que existe un libro sobre cronuts no es moco de pavo. Que un cruasán frito con la forma de un donut y la elegancia en boca de una porra chusquera triunfe así te empuja a preguntarte qué hacen por el espacio todos esos meteoritos sin impactar contra la Tierra y extinguir de una santa vez la especie humana.
Ahora bien, en algunas publicaciones lo peor no es el contenido, sino el aspecto. Respeto a Karlos Arguiñano por su labor de pedagogía culinaria, y por eso me duele ver la portada de su última entrega, Rico, rico y con fundamento. Aparte de recomendar, para los títulos, una urgente renovación de frases emblemáticas de hace 20 años, me pregunto: ¿era necesario aparecer con un muñegote sacando la cabeza de una cazuela y rodeado de unos dibujos feúchos?
Diría que los montajes rarunos le han funcionado mejor a Mónica Naranjo, sumergida en una bañera de espaguetis en su Come y calla. Aunque para reclamos extraños, el de Meritxell Falgueras en Presume de vinos. Esta sumiller y divulgadora, a la que aprecio por su manera de hablar de caldos sin resultar cargante, sale con una botella en la mano y una camiseta sin mangas estampada con algo que parecen manchas de sangre o de tintorro, en lo que puede ser: a) un homenaje mal explicado a Uma Thurman en Kill Bill; b) un guiño a los asesinos en serie, o c) un triste intento de aprovechar su atractivo sexual de rubia delgada por parte de la editorial.
Dejo para el final la que sin duda es la obra maestra del diseño de portadas no ya del año, sino del milenio: Cocinando con Loles, de Loles León. Pintada como una muñeca pepona, vestida de cabaretera, con una especie de corona de guindillas rojas en la cabeza, un limón en una mano y un pimiento verde en la otra, la actriz parece la novia de Chucky disfrazada de Carmen Miranda. No es que genere rechazo, simplemente da pánico. Aunque igual no he entendido nada, y tan horrorífica imagen sea apropiada para un libro que se subtitula Cocina rapidito, cocina baratito.
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