Sobre la supresión de las becas Erasmus

¡Ya está bien! Tengo 25 años y soy estudiante universitaria. Desde el primer año de carrera he estado soñando con el momento de irme de Erasmus a enriquecerme personal, laboral y culturalmente. Como muchos de mis compañeros, estoy intentando formarme para conseguir tener un futuro aceptable dentro de este panorama desolador. Llevo desde los 20 años compaginando trabajo y estudios, sacando tiempo de donde no lo hay, sacando dinero de donde no lo tengo e intentando mantener la ilusión por lo que estoy haciendo. Ilusión que se está viendo truncada por las medidas desacertadas que toma día sí, día también, el ministro de Educación. Hace unos días lanza una nueva norma ministerial, en virtud de la cual miles de alumnos del programa Erasmus se quedarían sin la ayuda mensual complementaria que les aporta el Ministerio de Educación; y después, tras el tirón de orejas recibido, decide dejarla en suspenso hasta el próximo año. Nos pide un “sacrificio algo mayor” y nos pide “disculpas por los inconvenientes causados”. Yo le doy las gracias al señor Wert, como alumna universitaria y futura no-becada le agradezco enormemente su consideración.— Mari Ángeles Fernández Molina. El Prat de Llobregat, Barcelona.

No soy una incondicional del ministro Wert, más bien todo lo contrario, y considero, como la gran mayoría —PP incluido— que la supresión de las becas Erasmus ya empezado el curso es inaceptable. No entiendo, sin embargo, el revuelo que ha levantado el anuncio de la supresión de estas becas para los años venideros. Pasar unos meses estudiando en el extranjero no me parece que sea imprescindible cuando nos enfrentamos a necesidades mucho más acuciantes, incluida la reducción de las elevadas tasas universitarias. No me cabe duda de que pasar unos meses estudiando en otro país es un lujo, pero los lujos hay que poder permitírselos y la situación económica actual no parece estar para dispendios. Sinceramente, y aun reconociendo que es una buena oportunidad para los estudiantes, no creo que ni la educación ni la cultura se fueran a resentir seriamente por ello, y me pregunto qué pensarán algunos de esos tantos jóvenes que se han quedado fuera de la universidad por no poder pagar las tasas cuando ven semejante revuelo. El problema no debería ser tanto la supresión de tales ayudas como el empleo que se hiciera del dinero que se ahorraría con tal supresión y, desde luego, lo más preocupante: si detrás, tanto de esta medida como de otras llevadas a cabo por el ministro, no se esconde un desprecio latente por la educación y por la cultura.— Paloma Nicolás Muñiz. Madrid.