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LA ÚLTIMA DE MENDOZA

Caballero

En Jeeves & Wooster, Stephen Fry, ayuda de cámara de un aristocrático Hugh Laurie, se referiría a sí mismo como "el caballero personal del caballero".
En Jeeves & Wooster, Stephen Fry, ayuda de cámara de un aristocrático Hugh Laurie, se referiría a sí mismo como "el caballero personal del caballero".

El centro de Madrid en una mañana lluviosa de otoño no presenta su mejor cara. Sin que cambie nada sustancial, el bullicio habitual pasa de alegre a desapacible. Los escasos peatones son huidizos, lo que deja la calle a los coches y a las camionetas de reparto. Los neumáticos negros rodando por los charcos dan una sensación de suciedad irreparable. Las terrazas vacías de los bares tienen un aire lúgubre. Nadie se queja. La gente de Madrid no es quejica o se guarda la queja para otras ocasiones. En definitiva, que llueva de cuando en cuando es de esperar. Estas reflexiones no disminuyen mi enfado. Esperaba un día más festivo y me siento estafado. Me esfuerzo por disimular una irritabilidad que sería injusta, puesto que las gestiones nimias que he de realizar van viento en popa y todo el mundo es amable y eficiente. Pase, caballero; qué desea, caballero; en seguida le atenderá alguien, caballero. También disimulo que aborrezco este tratamiento. Me pregunto cuándo se impuso esta, ¿cómo llamarla? ¿interjección? ¿Y qué sentido tiene? Seguramente ninguno. Se usa sin pensar y se dice a la carrera, como si el usuario quisiera introducir las cuatro sílabas en el espacio de dos. Que yo perciba un deje irónico tras la cortesía se debe en parte a paranoia y en parte a reminiscencia. En mi infancia el término se usaba en diminutivo para bajar los humos del interesado: a obedecer y a callar, caballerete. Los tratamientos eran sólo para quien los tuviera: excelencia, vuecencia y rangos militares o eclesiásticos. A nivel coloquial y amistoso se usaba a veces el título de jefe e incluso el de ministro: ¿Qué pasa, jefe? ¡Hombre, ministro, qué te cuentas! Caballero solo se usaba en plural, para llamar la atención, en las ferias y en el circo: ¡Damas y caballeros! En la vida diaria se usaba ocasionalmente señor y, en general, nada. Un tono cortés era suficiente: pase, espere, qué desea.

Lo más probable es que la costumbre de llamar caballero a la gente venga de otros países de habla hispana donde el apelativo tiene vigencia: buenos días, licenciado; hasta lueguito, compadre. Esto aquí habría quedado un poco raro, y se eligió caballero, que suena a traducción del inglés, aunque en inglés se emplea de este modo en raras ocasiones y también en plural, gentlemen. Caballero es un poco ridículo pero acaba con antiguas fórmulas que tenían una connotación clasista o, al menos, jerárquica. Caballero, como se reparte al buen tuntún, es igualitario. En algunos momentos históricos, un apelativo ha servido para certificar una transformación social. Durante la revolución francesa, los franceses se llamaban entre sí ciudadano y ciudadana, orgullosos de liquidar la complicada nomenclatura nobiliaria. A semejanza de la francesa, la revolución rusa impuso el apelativo de camarada. Un camarada era como un ciudadano, pero militarizado. En España, en los años violentos, camarada se alistó en la Falange, en vista de lo cual los rojos tuvieron que utilizar compañero, salvo los comunistas, que siguieron usando camarada para no desairar al Kremlin, y solo entre ellos. Compañero era más fraternal y espontáneo y pasó a la revolución cubana. La transición española dio para muchas cosas, pero no para que nos empezáramos a llamar compañero o ciudadano entre nosotros, y menos camarada. Bien mirado, caballero es una buena elección y refleja bien el espíritu de la transición, más pragmático que otra cosa.

No amaina. Los edificio públicos, construidos para perfilarse contra un cielo limpio, en un día así, contra una masa tupida de nubes negras, se vuelven macizos y autoritarios. Permítame su DNI, caballero. Me pregunto si el término no llegará a compactarse, como ocurrió con vuestra merced, que se convirtió en usted, o con el adverbio latino ecce, que derivó en ¡che! Es posible que nuestros nietos se llamen entre sí callo o bollo, y no sepan que es apócope de caballero. Tanto da. Lo que importa es que la convivencia sea fluida y el trato fácil. No olvide su paraguas, caballero.

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