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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El culpable

López Guerra, juez que formó parte del tribunal que invalidó la doctrina Parot ha sido convertido en culpable de todo

Juan Cruz

En los países, en las sociedades y hasta en las familias hay siempre alguien que trabaja de culpable. Es rotatorio. A veces el culpable es uno, a veces es otro.

Esta semana el culpable empezó siendo Zapatero, que ya trabajaba de culpable, pero enseguida Zapatero fue sobrepasado por otro culpable, de nombre López Guerra, juez. Me encontré el miércoles con unos colegas que iban a una tertulia. Les rogué: “Digan, por favor, que no es cierto que López Guerra fuera el que secuestró a Di Stéfano”. Uno de ellos me preguntó, riendo: “¿Pero no fue él quien mató a Manolete?”.

No, no mató a Manolete, no secuestró a Di Stéfano. Formaba parte del tribunal que en Estrasburgo falló en contra de la norma jurídica en virtud de la cual se dictaron sentencias retroactivas en España. A partir de ese hecho, aupados en la silla de la razón emocional, muchos comentaristas dictaron sentencia contra él, lo convirtieron en culpable de todo. Editoriales, columnas, tertulias. Un dedo enorme señalando a la cabeza de López Guerra, enviado diabólico del diabólico Zapatero a hacer en Estrasburgo de traidor de España, ocupado de prolongar en sede judicial la campaña del expresidente para hacerle la vida agradable a los terroristas. Llenaron páginas de vilipendio, desempolvaron fotografías en las que el culpable cumple con su currículo nefasto apareciendo como alto cargo socialista en reuniones que eran argumento a esta acusación general.

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De pronto, aquel colectivo de jueces, en el que había profesionales de todas partes, cada uno con su sensibilidad y con su historia, solo tenía como parte visible de su maldad histórica a este traidor a su patria. Los que afeaban a López Guerra lo que había hecho disimulaban la razón jurídica, el valor conjunto de la sentencia, que no la había dictado el español a solas, se valían de una acusación implícita (es socialista) para descalificarlo y para situarlo en una diana que explicaba por completo el tenor de la decisión. López Guerra, culpable de alta traición. Apuntaron muy alto, pero a quemarropa.

Para llegar a esas conclusiones y para dictar esas sentencias, los que eligieron a López Guerra como culpable se han basado en una muy delicada mezcla de emociones, que hace explosivas las acusaciones que han puesto al juez en la picota. Quién puede negar la repugnancia que producen los crímenes de la persona cuya excarcelación se iba a producir a partir de la sentencia de Estrasburgo. Quién puede reprimir el asco que causan estos criminales. Pero Europa se ha dado instituciones que de vez en cuando tienen que reprimir la repugnancia y el asco para cumplir con los cometidos judiciales que tienen asignados. Y en esos tribunales hay jueces que afean a los países lo que han hecho con las leyes. Están para eso. El disgusto de los que tienen a López Guerra en la piara no es solo injusto, es canalla.

Un aspecto que preocupa: en medio del fuego que ha cercado al juez culpable se ha incendiado una evidencia, que ETA está muerta. Es como si se hubiera borrado la realidad para dejar en medio de la plaza pública el rostro de un culpable, López Guerra. No sé, yo he sentido estos días que el respeto a las víctimas no se ejerce gritando tanto contra un hombre solo.

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