Síndrome de abstinencia
La ansiedad por las inauguraciones debe ser desterrada de la vida política
En mayo de 2010 ocurrió lo que José Luis Rodríguez Zapatero dice que va a explicar en un libro inminente. Hasta entonces, en España se inauguraban trenes, carreteras, museos, hospitales, cuarteles, lo que fuera, sobre todo en vísperas de elecciones; qué gusto tener a las televisiones y a la prensa cuando el alto cargo corta una cinta o descorre la cortina de una lápida conmemorativa, con el pisto que da eso.
Al final de la era Zapatero llegaron las congelaciones y los aplazamientos de gasto, mutados en hachazos a los presupuestos durante la era Rajoy. Entre lo que se ha inaugurado en los últimos años ha figurado hasta un aeropuerto sin aviones, en este caso para lucimiento (y baldón) de Carlos Fabra.
Como es sabido, la reducción o suspensión de la dosis habitual de ciertos productos suele crear ansiedad en el adicto, que busca rendijas para volver al antiguo placer. En la política, eso puede equivaler a inaugurar algo. Solo así se explica la concentración de hasta 14 cargos públicos en la reciente inauguración de una pequeña rotonda en un pueblo granadino de 8.000 habitantes. La gran mayoría de los cargos eran del PP, el color político dominante en la zona.
Hubo tiempos en que las poltronas autonómicas eran muy apetecidas, porque las comunidades administraban recursos muy amplios. También los llamados “ministerios de gasto” del Gobierno central, por lo mismo. Si algo aprovechable tiene la crisis es que contribuye a cambiar la mentalidad sobre lo que es un buen administrador de caudales públicos, alejándose del que gasta sin mesura. Los ciudadanos han descubierto que muchas de las grandes obras acaban traduciéndose en deudas a cargo de los contribuyentes.
Cuando no se puede vender éxitos, mejor inventarse otras formas de comunicación política. Son dignas de observar escenas como la de Obama durante los días de cierre de la Administración en su país, forzada por los republicanos: un día salió de su despacho a comprar algo para el almuerzo (con cámaras cerca, claro). No podía celebrar nada; solo intentaba comunicar a los ciudadanos que es uno de ellos y que se solidarizaba con los que no podían trabajar. A ras de tierra, en efecto.
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