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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Merkel III

Si la socialdemocracia sustituye a los liberales, habrá cambio de acentos, pero no un vuelco

Un presagio general indica que la canciller Angela Merkel revalidará el domingo su amplia —pero no absoluta— mayoría en una elección que parece despertar más interés fuera que dentro de Alemania. La líder democristiana afrontaría así su tercer mandato, siempre en alianza, ora con los socialdemócratas, ora con los liberales. La convocatoria es importante para Europa; no en vano afecta al país más poblado, líder de su economía y de su política económica, y el que da forma, en gran medida, a todo el discurso político comunitario, que no puede enhebrarse sin su concurso directo o aquiescencia. Aunque ese justificado interés que los comicios despiertan en el resto de Europa no implica que vayan a transformar radicalmente el escenario de la política continental, bastante encarrilada en un lustro de crisis.

Pero una cosa es descartar un vuelco y otra pensar que no pueda haber un cambio de énfasis, una modulación de acentos y prioridades. Mucho dependerá de si la debacle liberal y el ligerísimo incremento socialdemócrata en Baviera se repiten a escala federal. Si continuase la coalición democristiana-liberal, como dice preferir la canciller, el cambio tendería a ser cero. Otro gallo cantaría si fuera el SPD el partido llamado a cogobernar en otra gran coalición, aunque eso le disguste.

No hay un abismo entre las pulsiones austeras de la canciller y las querencias también ortodoxas, pero algo más inclinadas a impulsar el crecimiento, del socialismo alemán. Pero qué duda cabe de que la insistencia de este en la mejora salarial (que ya ha asumido la canciller en su programa, calcado en algunos aspectos del de su rival), el consiguiente aumento del consumo interno, la eventual profundización impositiva y una mayor sensibilidad a las necesidades de la Europa periférica equilibrarían —no se sabe bien en qué grado— el paradigma de la austeridad excesiva. Así, por ejemplo, el SPD ha mantenido una actitud más abierta en la cuestión clave de los eurobonos, o mutualización de la deuda.

El paradigma ortodoxo ha causado serios desperfectos a la UE, desde la merma en el Estado de bienestar hasta el retraso en la salida de la recesión, y ha debilitado a los más débiles de los países vulnerables. Pero su imperio ha sido también posible por la defección de otros socios relevantes y la ausencia de liderazgos sólidos y de alternativas creíbles.

Sería parcial agotar el análisis del balance de Merkel en estos asuntos, e incompleto atribuir solo a la canciller que los avances que viene registrando la unión económica al menos desde 2010 —de los fondos de rescate a la unión bancaria— tengan escaso brío y exceso de reticencias. En cualquier caso, nunca habrían sido posibles sin el consentimiento de Alemania, un país que hace por Europa más de lo que dice, aunque a velocidad discutible y expresándolo con sordina. Los resultados de estos años arrojan claroscuros. Se trata ahora de que aumenten los claros y disminuyan las sombras.

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