La tabla de planchar de Thatcher fue un secreto de Estado
El libro 'Prime Minister Ironing Board and other State Secrets' recopila papeles desclasificados en los que se habla de asuntos domésticos de la 'Dama de Hierro' a la sospecha de que el príncipe de Gales era un radical

Nada como un buen secreto de estado al descubierto para que los ciudadanos rían o lloren al descubrir en qué se gasta a veces el dinero de sus impuestos. Los documentos filtrados por Wikileaks ya desvelaban, entre otras cosas, algunos cotilleos jugosos sobre las simpatías y fobias que se manejan en la alta diplomacia internacional y las acciones que se toman en consecuencia. Pero aquella información, cuyos protagonistas aún están en el poder, no estaba hecha para que la leyera el público, como bien saben la soldado Chelsea Manning, antes conocida como Bradley Manning, y el activista Julian Assange, ejecutores de la filtración, que aún están pagando por aquel atrevimiento.
Por lo general tienen que pasar entre 25 y 50 años para que un país levante el veto sobre lo que gobiernos anteriores consideraron secreto. Y una vez que se puede bucear con libertad entre esos documentos, los resultados pueden ser más que sorprendentes. En Inglaterra ha sido el escritor y periodista Adam Macqueen, acostumbrado a lidiar con la sátira política a través de la revista Private Eye, quien se ha tomado la molestia de rebuscar en el fondo de armario del gobierno británico y recopilar en el libro Prime Minister Ironing Board and other State Secrets cuestiones que en su momento estuvieron clasificadas y que vistas en la distancia demuestran que las cocinas del poder a veces invierten su tiempo y su dinero en problemas tan nimios como surrealistas. Solo así se explica por ejemplo que durante algún tiempo el príncipe Carlos fuera considerado un posible terrorista, o que Margaret Thatcher, en su afán por ahorrar en gastos gubernamentales, se comprometiera a devolverle al gobierno las 19 libras que había costado comprarle una tabla de planchar una vez que se convirtió en primera ministra.
La sospecha de que Carlos de Inglaterra fuera un radical puede leerse en una carta que el secretario de estado de Gales, George Thomas, le envió en 1969 al primer ministro Harold Wilson. “Se está creando una situación peligrosa”. Se quejaba de que en los discursos del recién proclamado príncipe de Gales se notaba demasiada simpatía hacia los independentistas galeses. En la correspondencia que se muestra en el libro se achacaban las simpatías del príncipe a una breve estancia por estudios en Gales y se zanjaba el asunto solicitando que antes de escribir un discurso consultara con los ministros sobre los temas de los que pensaba tratar. Treinta años más tarde parece que lo sigue haciendo, algo de lo que se quejó el primer ministro Gordon Brown hace unos años: “Nos hace perder demasiado tiempo”.
Respecto a la tabla de planchar de Thatcher, fue una de las adquisiciones que llegaron al 10 Downing Street cuando la primera ministra se instaló en su residencia oficial. A las pocas semanas de mudarse, se hicieron públicos los gastos de la mudanza, unas 1.700 libras, una cifra que hizo a la dama de hierro saltar en cólera. Solicitó que le dieran la lista detallada de los gastos, donde se incluían 209 libras para reponer la vajilla y 464 para reponer sábanas. Le parecieron excesivos, como puede comprobarse por los comentarios que ella misma añade a la lista y propone entre otras cosas: “Podría utilizar mi propia vajilla y en cuanto a la ropa de cama, ya que sólo tendremos un dormitorio, ¿podríamos enviar el resto al almacén? Es en esa carta donde puede verse, de su puño y letra, como escribe: “Pagaré por la tabla de planchar”. Además, una carta de Nelson Mandela agradeciendo sorprendido el envío de unos libros a la cárcel por parte de la embajada británica cuando el gobierno aún no condenaba el apartheid o una poesía sobre los monos de Gibraltar son algunas de las joyas que pueden encontrarse en el libro.
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