El peligro de construir la casa soñada
No es que todas las casas soñadas terminen convertidas en pesadilla, pero con frecuencia sucede como con el camino y la felicidad: a la ilusión de hacer una vivienda no siempre le sucede la dicha de habitarla. Eso ocurrió en Brno, en la República Checa. Y no es que los Tugendhat fueran clientes insatisfechos. Todo lo contrario. Simplemente sucedió que la vida se metió por en medio y el sueño se evaporó con la realidad de la vigilia. O no. Como una realidad cultural, o como un testigo de ese sueño, tras una profunda restauración, la casa Tugendhat puede hoy verse tal y como la ideó Mies van der Rohe en 1928.
Fue el padre de Greta, el industrial Alfred Löw-Beer –que tenía fábricas textiles, de cemento y una refinería de azúcar- quien le regaló a su hija el terreno para hacerse una casa. Quería a su hija cerca y él vivía a los pies de la colina, en el barrio de Cerná Pole, que hoy corona la obra más importante de Van der Rohe en Europa. El padre también le dio a Greta el dinero para levantar la vivienda: básicamente un cheque en blanco (que terminaría escribiéndose con cinco millones de las coronas anteriores a la segunda Guerra Mundial, para entendernos, la cantidad fue la equivalente a la empleada para levantar 10 bloques de apartamentos en los años treinta en esa misma ciudad). Fritz Tugendhat, por su parte, puso el arquitecto. Y lo hizo por casualidad, osea, porque en Berlín había vivido en un casa diseñada por Mies.
Es fácil entender que el arquitecto quedase impresionado con las vistas sobre la ciudad cuando llegó hasta la calle Cernopolní en 1928. Todavía impresiona el panorama. Así, la primera vivienda unifamiliar levantada con estructura metálica estuvo lista en apenas 14 meses, pero los Tugendhat solo vivieron en ella, con sus tres hijos, hasta 1938, cuando tuvieron que huir de los nazis y se instalaron primero en Suiza y, posteriormente, en Caracas, donde tendrían dos hijas más. Tugendhat nunca regresaría a Europa y cuando Greta lo hizo sería para encontrar la casa destrozada tras el paso de la Gestapo y la transformación que sufrió para convertirse en una casa de reposo para niños con parálisis. Es fácil entender ese uso terapéutico. La ubicación de la vivienda, en lo alto de una colina sigue ofreciendo unas vistas inolvidables, “la mejor decoración, cambiante y viva” dijo Mies cuando decidió rodear toda la planta noble de la casa: la biblioteca, el salón y el comedor, de una fachada de vidrio.
Así, puede que lo más famoso de la casa sea, precisamente, ese vidrio del salón, una pieza de cinco metros de largo por tres de alto que desciende hasta desaparecer al apretar un botón para convertir el salón en una gran terraza con vistas al espléndido jardín. La vivienda está en pendiente y, al margen de diseñar cada centímetro de su interior y su exterior, Mies van der Rohe también pensó en los niños y dejó parte del jardín despejado de árboles y vegetación para que los chavales pudieran llegar en trineo hasta la casa del generoso abuelo.
Además de ese jardín, la casa tiene, tras las estanterías de la biblioteca, una habitación secreta y un inolvidable jardín de invierno, junto a ella. Un jardín de invierno no es un invernadero. Es un lugar en el que huele a hierba todo el año, un sitio en el que, incluso con frío y nieve en el exterior, parece brillar el sol.
Lilly Reich trabajó mano a mano con Mies van der Rohe en el interior de esta casa en la que todo, desde los tiradores hasta el mueble de palisandro que esconde el baño en la habitación de servicio, está ideado al milímetro y en el que todo respira, todavía hoy, una rabiosa modernidad. La racionalidad de la casa hace mucho por mantenerla fuera del tiempo. También su relación con el jardín o la representación del lujo encarnada en una gigante pieza de ónix que llegó de Marruecos para separar la biblioteca de la sala de estar. Más allá de valorar las vistas y los materiales por encima de las decoraciones, también es revelador que Tugendhat y su mujer entendieran la tecnología como lujo. Esa es, así mismo, otra de las claves de la vivienda. No solo por el fácil desplazamiento del famoso vidrio, la casa precisó de inventores además de diseñadores: un sistema fotoeléctrico velaba por la seguridad de los residentes, el sistema de aire acondicionado y calefacción también fue pionero. La casa contaba con una lavadora y una secadora automática –de nuevo modelos únicos- y con una habitación subterránea que es una pieza de conservación museística en la que, todavía hoy, se guardan los abrigos de piel del matrimonio. Lo dicho: en la casa no hay más arte que el de Van der Rohe y, como en los sueños, la decoración cambia todo el rato, entra por las ventanas y se deja tocar. Racional pero con raíces, la casa Tugendhat representa lo contrario de la casa Farnsworth, la famosa vivienda de vidrio que Mies levantó en Plano (Ilinois) y que Edith Farnsworth no logró disfrutar. Las terrazas, las vistas, la amplitud, la conexión entre estancias, la fácil convivencia con la vegetación y la ligereza que parecen adquirir las piezas de mármol o el propio mobiliario tubular ideado por Mies y Reich convierten esta vivienda en un elemento funcional, una arquitectura que ofrece una sorprendente lección de disfrute de todo cuanto rodea y ocupa la propia vivienda.
Para entrar en la casa, pinchar aquí:
http://www.youtube.com/watch?v=teEhnWIBXa0
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