Colaborar en lugar de competir
¿Hasta dónde puede llegar la veneración que varias generaciones de proyectistas sienten hacia los llamados maestros modernos? De algunos de ellos se ha llegado a falsear la biografía para que la coherencia profesional, o compositiva, no se rompiese con una vida peor dibujada. O más viva. Por esa precaución, se puede entender que muchos jóvenes rechacen la deuda moderna concluyendo que los míticos arquitectos del periodo heroico (de Mies a Le Corbusier) fueron poco ideales personalmente y, en cualquier caso y más allá de un puñado indiscutible de obras maestras, ofrecieron como legado ideas más estéticas que idealistas y la fantasía de una nueva corrección política en lugar de cambios con capacidad transformadora.
Ante ese panorama, es reconfortante encontrar en esos maestros, que tal vez no quisieran ser héroes, momentos trascendentes, lecciones sencillas pero no menores que van más allá de la arquitectura. Una de esas clases la ofrece Louis I. Kahn con sus escritos. No tanto por la habilidad de su escritura como por la tranquilidad con la que admitió sus equivocaciones y por la naturalidad con la que contó cómo, cuándo y por qué otros arquitectos le ayudaron a corregir su trabajo. Le sucedió en varias ocasiones. Una de ellas tuvo por protagonista al mexicano Luis Barragán.
Cuando Kahn diseñó los laboratorios Salk en La Jolla (California) le pidió a Barragán que visitase la obra, que fuese para allá y le ayudase a escoger la vegetación para el jardín y cuenta Kahn: “Cuando entró en la plaza central se fue hacia los muros y los tocó. Expresó su admiración y luego, mirando al mar a lo lejos, dijo: ‘Yo no pondría ni un solo árbol, ni una brizna de hierba, en este espacio. Esto debería ser una plaza de piedra y no un jardín’. Kahn miró entonces al doctor Salk y éste le devolvió la mirada sin decir nada. Ambos entendieron que aquello era cierto, una gran verdad. Barragán también debió verlo y, satisfecho por haber sido entendido añadió: “Si hacen de esto una plaza ganarán una fachada, una fachada al cielo”.
Babelia
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