De la sociedad del crecimiento a la sociedad del vivir bien
Por Florent Marcellesi, coordinador de Ecopolítica y coautor del libro “Adiós al crecimiento. Vivir bien en un mundo solidario y sostenible”
“El crecimiento económico es la varita mágica capaz de remediar todos nuestros problemas”. Ese es el discurso repetido una vez y otra vez durante décadas desde los poderes políticos y económicos dominantes: el crecimiento es bueno para reducir el paro, luchar contra la pobreza, garantizar las pensiones, disminuir las desigualdades o proteger el medioambiente. Nuestro bienestar como individuos y sociedad pasa, por tanto, por trabajar duro y realizar cualquier tipo de sacrificio —sobre todo cuando la economía se hunde como ahora— para que, entre otras cosas, vuelva el crecimiento del Producto Interno Bruto, mejore la productividad y aumente el poder adquisitivo.
Sin embargo, esta visión se topa con dos límites:
Si bien en tiempos de recesión la economía del crecimiento nos conduce al colapso social (tasas de paro y de pobreza socialmente inasumibles), en tiempos de bonanza nos lleva directamente al colapso ecológico (crisis energética, climática, alimentaria y pérdida de biodiversidad).
Estamos asistiendo a una decadencia estructural y progresiva del crecimiento del PIB en los países occidentales. Todo indica que aquellos países, incluido el nuestro, están saliendo del breve periodo de su historia (que se inició después de la segunda guerra mundial en Europa) en que su modelo económico, la paz social y el progreso se basaba en un aumento continuo e insostenible de las cantidades producidas y consumidas.
Dicho de otro modo, la era del crecimiento, la del consumo de masas, con energía barata y abundante, basada en el tener más para vivir mejor, ha terminado. Para siempre, porque no es posible que vuelva y porque tampoco es deseable. Al no querer reconocer esta situación, el crecimiento se ha convertido en una obsesión patológica moderna, es decir un factor de crisis que genera falsas expectativas, obstaculiza la búsqueda de bienestar y amenaza el planeta. El crecimiento ya no es la solución, es un problema central.
Ante este panorama poco halagüeño, las alternativas existen. Ya sea en España o en el resto de Europa, hay razones para tener esperanza y, sobre todo, margen para actuar. La crisis, a pesar de las vejaciones y frustraciones que ha aportado por culpa de políticas equivocadas y peligrosas, es un momento de gran oportunidad y una ocasión extraordinaria para poner en marcha iniciativas hacia el cambio, véase por ejemplo Mecambio.net. Debemos aprovecharla para darle la vuelta al sistema desde lo local y lo global, lo personal y lo colectivo, lo social y las instituciones. Ni “austeridad punitiva” (que castiga las personas que menos tienen), ni vuelta al crecimiento (que castiga los ecosistemas y las generaciones futuras), necesitamos una sociedad del “vivir bien” donde sea posible tener un empleo que sea a la vez sostenible y decente, (re)distribuir la riqueza y el trabajo de forma equitativa y construir una democracia real para que de forma colectiva decidamos cuáles son nuestras necesidades según la biocapacidad de la Tierra.
En otras palabras, es posible y deseable transitar hacia una nueva era de “prosperidad sin crecimiento” en el Norte y en el Sur, para las generaciones presentes y futuras, donde sea posible aprender a vivir bien y ser felices dentro de los límites ecológicos del Planeta.
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