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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Evitar retrocesos

La UE no debe dar pasos atrás, pese a que la recesión y las divisiones dificultan los acuerdos

La cumbre europea de la semana entrante es clave para el futuro de la unión económica. Está convocada un año exacto después del Consejo Europeo que balizó el proceso hacia la unión bancaria y selló el Pacto por el Crecimiento y el Empleo. Un pacto que debía haber compensado la política de excesiva austeridad en las finanzas de los Veintisiete, que tantos daños colaterales provoca. Será la ocasión para comprobar si la UE avanza o retrocede, no ya respecto al mundo, sino respecto a sí misma, con relación a sus propios compromisos.

Los augurios no son para nada entusiastas, especialmente por el enrarecimiento del clima político e institucional y por el telón de fondo de la recesión, que facilita poco los acuerdos. En el último año las tensiones y líneas divisorias internas han aumentado: entre el Norte y el Sur, entre la Europa continental y la anglosajona, entre Alemania y el resto, y en el mismo seno de la locomotora germanofrancesa, por bien que algunos destrozos mayores se hayan encauzado en las últimas semanas.

Y se palpa por vez primera una fuerte desconfianza institucional en uno de los instrumentos creados para resolver las crisis más agudas, la troika, con la Comisión y el Fondo Monetario tirándose los trastos ante la pasividad y la elusión de responsabilidades en ella del BCE.

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Con estos mimbres será difícil que se construya el cesto de medidas necesarias, que países como España vienen reclamando con razón —esta vez con un acertado pacto entre el Gobierno del PP y el principal partido de la oposición, el PSOE—, porque la dureza y duración de la recesión podrían ser más livianas: lo serían si, además de acertarse en la combinación de políticas adoptada, existiese la percepción de que la capacidad de reaccionar como una auténtica unión es rotunda e irreversible.

De los tres pilares en que se basará la unión bancaria —supervisión, garantía de depósitos y reconversión / liquidación— el primero está bastante madurado. Y el segundo se está perfilando con los defectos habituales: retraso en el calendario y rebaja de las ambiciones explícitas o implícitas con que se planteó inicialmente.

Entre estas destaca la limitada cantidad (60.000 millones de euros) prevista para la recapitalización directa de bancos, que no garantiza suficientemente la ruptura del círculo vicioso entre deuda bancaria y deuda pública, uno de los factores más venenosos de la crisis europea. El proyecto también se teñiría de debilidad por la proliferación de excepciones nacionales ad hoc sobre la lista de los que deban pagar los rescates bancarios. Pero quizá lo decisivo es que entre en vigor evitando más retrasos, y sobre todo retrocesos; aunque sea con corsés, pues la realidad ya irá imponiendo correcciones.

Otro tanto cabe decir sobre el resto de propuestas sobre el crecimiento, las pymes, el empleo juvenil y el mercado interior. Aunque convendría un trote ligero, dada la entidad de los problemas económicos, al menos que no falten pasos claros en la línea de más y mejor Europa.

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