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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cinco minutos de gloria

Resulta sorprendente que haya tanta gente dispuesta a explicar sus intimidades en un plató

Marcos Balfagón

El primer gran éxito de la telerrealidad consistió en encerrar en una casa a un variopinto grupo de seres humanos cuidadosamente seleccionados para que, al interactuar en un espacio clausurado pero expuesto al mundo a través de las cámaras, acabaran mostrando lo más oscuro y recóndito de sí mismos. Una variante consistió en colocar a parecidos grupos humanos en un espacio hostil, ya fuera una selva o una isla, para verlos luchar al tiempo contra ellos mismos y contra los elementos.

Luego proliferaron los formatos de búsqueda y reencuentro, en los que se combina hábilmente el misterio de la ausencia y el morbo del hallazgo, con sus dosis de lagrimeo incluidas en el guion. A este grupo pertenece la variante del agravio y el perdón. Se trata de personas que se han distanciado o enfrentado por alguna razón y protagonizan un reencuentro ante las cámaras, a veces forzado, en el que muestran de la forma más impúdica las cicatrices de viejas heridas y antiguos rencores.

Ahora es el formato media naranja el que triunfa. Se trata de buscar pareja para alguien y permitir que el espectador participe de las interioridades de la siempre difícil elección.

Tras varios éxitos en esta estela, el programa que ahora genera entusiasmo se titula Un príncipe para Corina, y, desde luego, no es ninguna casualidad que tenga como protagonista a una rubia princesa (Corina)una chica reclutada en una discoteca de Málaga—, para la que se busca un príncipe azul.

Todos estos formatos televisivos tienen algo en común: hacen de la vida íntima de las personas, de sus sentimientos más primarios y escondidos, un espectáculo de morbo y misterio. Una audiencia de bajo nivel cultural puede identificarse fácilmente con esos sentimientos, a lo que hay que añadir el gancho que lo morboso tiene para mucha gente, cualquiera que sea su nivel cultural.

La cuestión es ¿cómo es posible que tanta gente se preste a mostrar en el plató miserias y sentimientos inconfesables, gente dispuesta a relatar intimidades que no contarían ni a la mejor de sus amistades? Esto sí que es un misterio, aunque acaso no lo sea tanto. Tal vez sea el precio que muchos están dispuestos a pagar por salir del mísero anonimato, por los cinco minutos de gloria que proporciona ser alguien en la televisión.

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