Palestinian Circus School: un circo al otro lado del muro
Esta entrada ha sido escrita por Natalia Quiroga.
Estamos en Jerusalén. Un cartel anuncia un espectáculo ya pasado del Palestinian Circus School. ¿Una Escuela Palestina de Circo? Tecleamos en Internet, buscamos y escribimos. El entusiasmo de Shadi –fundador y director de la escuela- nos salpica desde el otro lado de su email de respuesta, “come and visit us!” [¡vengan a visitarnos!]
Al día siguiente estamos en Berzeit –a las afueras de Ramallah- con él y con todos los miembros del Palestinian Circus School (www.palcircus.ps). Estudiante antes que director del circo, actor antes que payaso, trapecista antes que malabarista, Shadi quiso ser artista desde muy pequeño y palestino resistiendo la ocupación desde que es capaz de recordar. Un día decidió unir el arte de sus malabares con la resistencia para practicar lo que desde hace mucho tiempo y en muchas partes del mundo viene llamándose circo social. “Usamos el arte del circo como una herramienta para desarrollar el potencial creativo de los niños y las niñas palestinos, potenciando su confianza y seguridad para que puedan convertirse en actores fundamentales en su sociedad”, nos explica Shadi en un inglés elocuente. Cuando Shadi y Jessika –una trabajadora social belga- fundaron la escuela en 2006 tenían muy claro que la resistencia pacífica y cultural frente a la ocupación es fundamental en Palestina, resistencia que no solo aplican desde los malabares y la risa, sino también desde una estricta campaña de boicot a Israel.
“Sufrimos una brutal forma de ocupación y para nosotros la normalización no es una opción”, explica Shadi. “¿Normalización?”, le preguntó. “Sí, normalizar es aceptar, por ejemplo, invitaciones de Israel para que los estudiantes del circo actúen en Tel Aviv con estudiantes israelíes. ¿Tienen ellos que cruzar los mismos controles militares que los estudiantes palestinos? ¿Tienen la misma libertad unos y otros? La respuesta es no. No podemos aceptar las injusticias y hacer como si no pasase nada. No hay normalización si no hay justicia. Somos parte de la sociedad civil palestina que también desea el fin de la ocupación y contribuimos a ello a nuestra manera.”
Mohammed Abu Sakha –antes estudiante y ahora profesor de la escuela- sonríe cuando me cuenta que lo que más disfruta es el hecho de que con el circo les está ofreciendo a los niños una forma de expresarse. Le escucho con los ojos muy abiertos detrás de una grabadora improvisada mientras me cuenta que hay actuaciones y talleres -como los que tienen lugar en Jerusalén- a los que no puede ir porque las autoridades israelíes siempre le deniegan el permiso. “¿Por qué?”, preguntó aireada. “Cuando tenía 17 años estuve en la cárcel israelí”. “¿Con 17 años? ¿siendo menor de edad?”, insisto. “Cuando tenía 13 años les tiré una piedra a los soldados israelíes. Era 2004, la segunda Intifada. Cuatro años después vinieron a buscarme a casa en Jenin para llevarme a la cárcel. Estuve allí un mes encerrado. No había ninguna razón para meterme en prisión. Nada más salir empecé las clases con el circo.”
Lamentablemente, el relato de su detención no es nada nuevo. Son constantes los informes que acusan a las autoridades israelíes de la detención de niños y niñas palestinos menores de edad. El pasado mes de marzo, la ONU denunciaba que los niños palestinos detenidos por el ejército israelí son sometidos a un maltrato extendido y sistemático que viola el derecho internacional. En el mismo informe se apuntaba que, cada año, 700 niños palestinos de entre 12 y 17 años, en su mayoría varones, son arrestados, interrogados y detenidos por el ejército, la policía y agentes de seguridad israelíes en Cisjordania. ¿El delito? En la mayoría de los casos, tirar piedras.
La Escuela Palestina de Circo ofrece a sus más de 180 estudiantes la oportunidad para trabajar juntos, superar los retos y expresar sus propias ideas. Son ellos mismos los que crean los espectáculos, casi siempre a partir de los problemas que experimentan en su día a día. La inspiración es quizás la última en evadirse de la tensión cotidiana.
“Muchos niños y niñas no han conocido en su vida un día sin violencia. Apenas se les ha ofrecido apoyo psicológico y muchos no encuentran la manera de canalizar los problemas del día a día. (…) Con las clases de circo, con las actuaciones, se enfrentan a esos problemas desde un enfoque positivo”. En cualquier conversación, frente a cualquier pregunta, a Shadi le sobran los argumentos.
A mí me sobran los motivos para seguir dando gracias por aquellos días en el circo. Las mejores lecciones a menudo llegan en lugares inesperados.
Antes de irnos, le pregunto a Shadi por un texto que leí en uno de sus carteles. No sabe de qué texto le hablo pero hace unos días, y a muchos kilómetros de distancia, por fin lo vuelvo a encontrar. “Poniéndote del revés, te enseñamos a sostenerte sobre tus propios pies. Tirando cosas al suelo te enseñamos a recogerlas una y otra vez. Andando sobre los hombros de otra persona, te enseñamos a cuidar de los demás. Haciendo el payaso, te enseñamos a tomarte profundamente en serio”.
Lecciones en lugares inesperados.
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