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Alterconsumismo
Coordinado por Anna Argemí

Desde mi jardín secreto

Por Pilar Sampietro 

Cuando no voy en bici me gusta caminar por la ciudad con la vista puesta en las terrazas de las casas. Esto tiene su peligrosidad en forma de farolas en tus narices pero te abre la mente a descubrir otra ciudad. Siempre me ha parecido un milagro encontrar árboles en un octavo piso, sus ramas parecen los cabellos en libertad de un edificio que ya no es tan triste y gris como lo predestinaba el entorno. Y entonces imagino cómo será el interior de la casa o la persona que cuida de ese jardín urbano, escondido y privado. Y se me ocurre que cerca del árbol, en el octavo piso, hay también un huerto que abastece a la familia. Y me viene la imagen de Joan Carulla, el permacultor urbano, que convirtió en cultivo lo que antes había sido odio contra las autoridades por no permitirle ampliar su casa. Allí donde quería espacio extra decidió instalar el huerto y hacer crecer sus viñas que le dan cada verano kilos y kilos de uva, ¡cosecha Barcelona!

 

Los nuevos movimientos para ciudades en transición así lo están pensando. Los que impulsan esa nueva forma de vida urbana en Barcelona ya han elaborado este invierno mermelada de naranjas amargas, recolectadas de los árboles en plena calle. Una mermelada, por cierto, muy apreciada por los ingleses. Cultivar lugares y rincones en los que antes sólo se hablaba el lenguaje de la especulación.

En pleno barrio del Raval de la ciudad, en un solar donde había existido un edificio desalojado y derruido, ahora crecen tomates y berenjenas, junto a rabanitos y hierbaluisa, caléndulas y capuchinas. El Hort del Xino es también un espacio social para el encuentro, una máquina de oxígeno trabajando. Como señala el letrero de la puerta de entrada, es un huerto comunitario en el que las mujeres de Bangladesh comparten metros para plantar sus especias con los jóvenes arquitectos becados que se atreven a probar el horno de leña recién construido.

Así deberían ser las ciudades, mimando más espacios secretos que nos mantengan en contacto con los otros seres a los que el cemento parece descartar. Y explicaríamos el cuento de El jardín curioso, de Peter Brown, editado por Takatuka, en el que un niño del oeste de Manhattan comienza a reverdecer la antigua línea de ferrocarril elevada, conocida como High Line. Es una historia inspirada en la realidad porque el parque ya comienza a tener vida en Nueva York.


En los años ochenta del siglo pasado el biólogo Edward Wilson comenzó a hablar de biofilia, esa necesidad de conexión con la naturaleza y con otras formas de vida que actúa en especies inteligentes de forma innata. Si las personas somos esa especie, entenderemos por qué ahora, en tiempos de crisis, que nos está enseñando tanto, sentimos más que nunca la necesidad de respirar el oxígeno que las plantas y los árboles nos ofrecen. Y un día saldremos al balcón y nos detendremos para descubrir cómo en el árbol de la terraza cercana del octavo piso, o del huerto en el solar, se escucha el canto de un mirlo. A Joan Carulla y las horticultoras del Xino las puedes encontrar en El Jardín escondido, un libro que será una realidad si conseguimos financiar su edición. Estamos en ello y te lo explicamos desde el jardín.
  

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