Mujeres que corren… con perro
Hay un conocido movimiento en Twitter que propone a las mujeres que salgan a correr, #mujeresquecorren se denomina. Una iniciativa que surgió como una cita de amigas con una afición común y que luego se ha convertido en un punto de encuentro mucho más amplio. Yo era una de esas mujeres que soñaban con salir a correr y divertirse mientras lo hacían, claro. La satisfacción que podía percibir en gente cercana que practicaba ese deporte me hacía desearlo con más fuerza. Pero todo era en vano. Lo intenté varias veces, pero nunca fui capaz de engancharme a una mínima rutina. Me aburría soberanamente. Probé distintas formas: con música, con un plan de entrenamiento, a mi aire, acompañada, sola, por la mañana, por la noche… Por supuesto, lo primero que hice fue comprarme un par de zapatillas y todo lo que yo creía que era la equipación necesaria, como hago siempre que me empiezo a practicar un nuevo deporte. Ni por esas. Las zapatillas quedaron relegadas a un rincón del armario y la ropa, reciclada para el gimnasio. Hasta que llegó Coco a mi vida.
Bueno, eso no es del todo verdad. Coco llegó a casa hace algo más de dos años pero no ha sido hasta hace unos cuatro meses cuando se ha convertido en mi compañero de carreras. Coco es un labrador de color chocolate con una carita adorable que empezó por arrancarme de la cama mucho antes de lo que yo solía hacer hasta entonces para dar largos paseos por la ciudad, con lluvia, sol, frío o viento. Como cualquier dueño de perro. Solo que yo antes solo caminaba para hacer recados y desde luego a horas en las que los comercios están abiertos. Durante muchos meses, a Coco le bastaba un paseo de media hora por la mañana y otro tanto por la noche con unos diez minutos a media tarde para que todos pudiéramos seguir con nuestras rutinas que incluían, eso sí, una gran dosis de mimos al llegar a casa. Eso me permitía ir al gimnasio una vez que Coco había dado su paseo mañanero y mantener un aceptable nivel de forma física. Pero con 30 kilos de peso en canal y un nivel de actividad propio de un adolescente canino, la rutina forzosamente cambió con los meses. Coco necesitaba ir al parque mucho más tiempo, socializar con otros perros –ese es otro capítulo-- y hacer mucho ejercicio si quería mantener las alfombras y mis zapatos a salvo de sus mandíbulas. Uno tiene que ser consciente de las necesidades del perro que trae casa y comprometerse con ello desde el primer momento. Así que los paseos de media hora ya no bajaban de 45 minutos y hacían imposible compatibilizar el gimnasio y las necesidades de Coco. Había que buscar otra forma.
Así surgió la idea de salir a correr con Coco. Cada mañana, sí o sí, había que calzarse las zapatillas y echarse a la calle. De ahí a cambiar las zapatillas de paseo por las de carrera era casi el paso natural. Empezamos poco a poco, íbamos andando al principio un buen rato, mientras Coco hacía sus necesidades y olisqueaba las esquinas de cada calle y luego empezábamos a trotar, muy lentamente, que yo tampoco estaba acostumbrada y enseguida perdía el resuello. Al llegar al parque soltaba a Coco de su correa, que así lo permite la normativa municipal, e intentaba que siguiera más o menos mi ritmo, con relativo éxito también es verdad. Pero lo importante entonces fue que esos primeros días el subidón de endorfinas fue tan tremendo y Coco lo pasaba tan bien que eso me dio fuerzas para seguir intentándolo. Porque correr con perro tiene algunas dificultades, pero tampoco tan complicado como parece.
Si lo primero que tiene que aprender un perro, según aconsejan los entrenadores, es la palabra “No”, cuando uno quiere llevar a su perro suelto por el parque mientras realiza una actividad física, la segunda palabra es “Junto”. De esa forma, acostumbramos al perro a seguir más o menos nuestro ritmo y si está en uno de esos días, no cabe duda, dotarse de una correa lo suficientemente larga como para poder llevarlo atado sin tropezar con sus patitas. Pero nunca, nunca una correa extensible. Si logramos correr con nuestro perro al lado, resulta fundamental tenerlo controlado de alguna manera para cuando se despista. Coco lleva un collar de metal con una placa en forma de hueso con su nombre y mi teléfono. De esa forma, si yo voy corriendo y él se queda persiguiendo a un pajarillo puedo oír por dónde anda y acostumbrarle a que sea él quien me busque a mí y no al revés. Pero si se da el caso, y se da porque de pronto se encuentra a otro Retriever mucho más divertido que yo con el que jugar, por el sonido me ayuda a localizar dónde está y acudir en su búsqueda. [En lenguaje de los expertos corredores, es lo que se llama hacer “series” y “esprintar”, aunque a mí solo me sirva para que se me disparen las pulsaciones del carrerón que me pego]. Lo que he aprendido en este tiempo es a eludir en la medida de lo posible el “carril de los corredores”. A estas alturas, Coco va más o menos siguiendo mi ritmo miestras corro, pero no deja de ser un perro y, de pronto, se cruza por delante de mí siguiendo a una mariposa y me deja haciendo equilibrios para no caer al suelo de bruces. Para gente que se toma muy en serio lo de correr o que quiere evitar sensatamente el riesgo de un tropiezo no es muy agradable ir esquivando a un perro de buena mañana, y no quiero contarte si se topa con una masa peluda a las nueve de la noche. Así que he buscado otras rutas menos transitadas que nos permitan a los dos ir a nuestro ritmo sin molestar a los demás.
Para una corredora novata como yo, correr con tu perro está lleno de ventajas, hasta donde llego. De momento salgo dos o tres días a la semana y sigo un circuito de unos cuatro kilómetros. Para un labrador esa distancia no es ningún problema y Coco podría correr mucho más sin problemas. Lo importante es que para nosotros ya se ha convertido en un hábito y cuando me ve coger las zapatillas empieza a saltar. Si seguimos así quizás me plantee ir a una de esas citas de #mujeresquecorren. Eso sí, ellas tendrán que hacer hueco a Coco porque nosotros corremos juntos.
Y tú, ¿corres con tu perro y haces ejercicio con él?
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