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3.500 Millones
Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez

Es el poder de la gente

Este artículo ha sido escrito por Duncan Pruett, experto en Derecho a la Tierra de Oxfam Internacional.

Foto: momento en queElmer López, se compromete a buscar una solución para las familias del Polochic

El pasado sábado 20 de abril nos alegrabamos de una serie de compromisos que el Banco Mundial ha adquirido para ayudar a parar el acaparamiento de tierras.

Es lunes, después de desayunar rápidamente, me uno a una manifestación ante el palacio presidencial para protestar por un desalojo. Estoy hombro con hombro con representantes de las 769 familias expulsadas de sus casas y tierras hace dos años para dejar sitio a una plantación de caña de azúcar en el Valle del Polochic en Guatemala. Unas cincuenta personas: activistas, artistas, músicos. Discursos en la plaza y una performance que muestra cómo el gobierno se niega a escuchar. Con mucho ruido nos acercamos a la entrada principal del palacio.

Desde la plaza pensaba en cuántas veces le hemos pedido al Banco Mundial que cambie las políticas que afectan al derecho a la tierra de las personas. La semana pasada su presidente, Jim Kim, hizo unas declaraciones públicas que reúnen un conjunto de compromisos que nos gustó escuchar: incluía el compromiso de reforzar las reglas para asegurar que el Banco Mundial no causa perjuicios a través de sus inversiones, y también el de eliminar algunas ambigüedades que permiten que se produzca el acaparamiento. Jim Kim prometía hacer más para evitar que las personas pobres pierdan sus tierras, y parece que las cosas pueden empezar a cambiar. Hemos tenido muchos meses de discusiones y de campaña para llegar a este punto. Hemos lanzado acciones imaginativas en las que poníamos el cartel de “vendido” en edificios como el Big Ben o la Sagrada Familia, y lanzamos un video junto con Coldplay. Finalmente hace unos días en Washington rodeamos con un camión el Banco Mundial durante dos días con el mensaje de 50 mil personas. Es el poder de la gente.

Pero ahora estamos en Ciudad de Guatemala, en la protesta del lunes 22 de abril.

De forma inesperada, subitamente, llega la invitación para entrar en el Palacio Presidencial. Después de una rápida negociación, me piden que sea uno de los observadores internacionales que acompañarán a los representantes de las familias y sus aliados.

¿Por qué nos abren la puerta? ¿Por el ruido que estamos haciendo en la plaza o por el hecho de traer con nosotros una petición de más de cien mil personas en 55 países, que han urgido al Presidente de Guatemala a dar tierra a los campesinos de Polochic, y corregir los errores de este acaparamiento? Quizá los dos.

Entramos, nos reunimos con el Ministro de Agricultura y otras personas durante una hora, y salimos con unos cuantos compromisos bajo el brazo. El Ministro sale con nosotros, y dice a las familias del Polochic presentes que el Presidente le ha pedido acelerar el proceso para resolver su problema. Explica con detalle los acuerdos, y acepta un cheque que representa la petición de las familias del Polochic.

Es un momento mágico. Desde 2011 hemos ayudado a denunciar el caso de estas familias, y ahora, tras 18 meses de campaña en muchos países, hay un acuerdo firmado. De nuevo el poder de la gente.

¿Qué hace falta entonces para acabar efectivamente con el acaparamiento? ¿Vale más ayudar en la lucha para que un grupo de personas recupere la tierra en un país? ¿O hay que ponerse a trabajar con un banco multilateral de desarrollo para que cambie sus estándares para que las inversiones no produzcan acaparamientos?

No creo que logremos cambios si no actuamos sobre las reglas globales que rigen las prácticas de los inversores. Y no creo que cambiar las reglas globales consiga lograr cambios significativos si los gobiernos de los países afectados no se ven obligados a rendir cuentas. Idealmente, necesitamos unir estos esfuerzos. El apoyo global y local de todo el mundo ha sido realmente el impulso de la acción en Guatemala.

¿Y deberíamos influir calladamente en los gobiernos y las instituciones globales para que cambien su forma de actuar? ¿O deberíamos hacer tanto ruido como podamos? ¿Trabajar desde dentro o desde fuera? Hay un tiempo para la incidencia silenciosa. Y hay momentos en los que hace falta gritar. En los casos de Guatemala y del Banco Mundial hemos hecho las dos cosas al mismo tiempo, y con un efecto bien sonoro. Ahora llega el momento de ver cómo se cumplen las promesas.

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