_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Maratón

Nadie ha vencido a los persas esta vez y la meta hoy solo significa el paro

Manuel Vicent

 Algo extraño debió de ocurrir hace tres millones de años para que el primate, nuestro antepasado, de pronto echara a correr. Durante un tiempo incalculable aquel bípedo se habría limitado solo a caminar alrededor de su guarida en busca de alimento. Lo lógico es que permaneciera más o menos tranquilo viendo pasar las nubes por la copa de los árboles. Pero debido a algún suceso agónico un día esta inercia se rompió y aquel primate usó las piernas para salir disparado hacia un objetivo. Sin duda lo hizo por algo que merecía la pena. Lo haría para cazar o no ser cazado, para huir o atacar, siempre en busca de una ventaja o beneficio. Tuvieron que pasar millones de años para que aquella agonía se convirtiera en un deporte, en un fin sin finalidad, como el arte, hasta acabar siendo un espectáculo de masas. El soldado Filipedes, el de los pies ligeros, corrió 38 kilómetros sin parar desde Maratón hasta Atenas para anunciar a sus conciudadanos que los persas habían sido derrotados. A continuación cayó fulminado, vencido por su propio récord. Además de una prueba olímpica, el maratón es hoy un rito ciudadano. Quienes participan en esta carrera deportiva saben que llegado un momento, a causa del esfuerzo rítmico, en el cerebro se dispara un piloto automático y la mente se separa del cuerpo. La mente liberada comienza a recorrer un trayecto propio, puede volar por los astros o realizar un camino paralelo junto al corredor desde su infancia hasta la muerte, mientras sus piernas adoptan una cadencia obsesiva sobre el asfalto. Cuando pasa el río del maratón, desde la acera los espectadores aplauden, pero es imposible adivinar si esos miles de cuerpos con el rostro obcecado vienen huyendo de un peligro que acecha o buscan agónicamente otra meta imposible de alcanzar. En el punto de salida no se produjo ninguna victoria que deba ser anunciada. Nadie ha vencido a los persas esta vez y la meta hoy solo significa el paro. El maratón es una metáfora. Correr, ese es el sistema, correr sin detenerse nunca, huir detrás de un sueño. Si no quieres caer muerto como le sucedió al soldado griego deberás seguir corriendo, huyendo más allá de la meta, como el primate hace tres millones de años para cazar o no ser cazado, por hambre o por miedo.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_