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LA PARADOJA Y EL ESTILO
Columna
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Historia de una pashmina

Siendo pieza tan cotizada, es probable que en todo el meneo a Pantoja alguien aprovechara para llevársela para su uso personal o como 'souvenir'.

Boris Izaguirre
Pantoja, con la 'pashmina', a su llegada a la Audiencia de Málaga.
Pantoja, con la 'pashmina', a su llegada a la Audiencia de Málaga.JORGE ZAPATA (EFE)

Así fue es el título de uno de los mejores éxitos de Isabel Pantoja. Compuesta por el mítico cantante mexicano Juan Gabriel, es la historia de un desamor que generó ventas millonarias en toda Latinoamérica. En ella, Pantoja exprime su garganta melodramática al grito de “No te aferres… ya no te aferres, a un imposible, no me hagas ni te hagas más daño”. La frase hoy día sobrevuela el tremendo zarandeo vivido por la tonadillera a la salida del juzgado donde acababan de condenarla para no encarcelarla. Pantoja, Muñoz y Zaldívar se aferraron a un imposible: que la justicia no quisiera dar un castigo ejemplar.

Aferrarse es un intento de supervivencia, así como de tozudez. Pantoja se aferró a Julián Muñoz y fue su error. El Partido Popular se aferra a la idea de que sus cuentas son legales porque el Tribunal de Cuentas las validó, y eso alargará la sombra de Bárcenas sobre sus dirigentes. Nicolás Maduro se aferra al poder en Venezuela de la misma manera que Capriles se aferra a la idea de que el conteo de votos le dará la victoria. Oriol Pujol se aferra a Cataluña como la Infanta Cristina a la Corona. Todos aferrados a algo porque el mundo no hace más que resquebrajarse.

El áspero juicio del caso Malaya obligó a Pantoja a aferrarse a algo suave: su pashmina color blanco roto. La usó en todas las citas clave, como un fetiche judicial. La pashmina es un chal de lana de cachemir, muy de moda en los noventa, que gusta a grandes damas como Carolina de Mónaco. Recientemente, la princesa la ha llevado en su visita a Londres por el nacimiento de su primer nieto. Se ve que en paraísos como Montecarlo y Marbella la suavidad de la pashmina aporta calidez y bienestar, pero no ahoga. Lo que a veces se ignora es que vestirla puede provocar roces con la ley: la cabra de Cachemira muda su pelaje invernal cada primavera; esas fibras quedan atrapadas en los arbustos, pero la demanda internacional ha hecho que se esquilme brutalmente a los animales. Siendo pieza tan cotizada, es probable que en todo el meneo a Pantoja alguien aprovechara para llevársela para su uso personal o como souvenir. O, sencillamente, que Isabel la dejara atrás porque ya no la necesitaba. Probablemente la infanta Cristina no haya podido ver las imágenes de la reina de la copla desmayada, así que tampoco puede imaginar un escenario parecido si acudiese a declarar. Nosotros tampoco. ¿Cómo la trataría la gente arremolinada? ¿Le gritarían también a la vez choriza y guapa? Por si acaso, Cristina le ha pedido prestada una pashmina a su madre y un buen abogado a su padre.

Hoy Pantoja está medio ahogada, pero cuando emprenda su gira de resurrección (y no tenga los problemas de insomnio de Michael Jackson), volverá a rugir no solo el lenguaje secreto de las coplas y su dominio de la bata de cola, sino también su maestría en hacernos sentir de nuevo parte de ella, de sus culpas, sus equivocaciones, su necesidad de perdón. Con Pantoja lo hemos vivido todo: el arrebato sentimental con Paquirri, la herida de la viudez, el trascendental paso de Paquirrín a Kiko, la adopción de Chabelita y los juegos a la sombra de la espuma con María del Monte (momento realmente feliz en todo el pantojeo). Y, de repente, un verano y un Rocío, los bigotes de Julián Muñoz la devuelven a la heterosexualidad contante y sonante. Al ver cómo el país navegaba en la corrupción, ella también, marinera de luces, quiso probarlo dejándose llevar por la corriente aferrada a un triángulo amoroso. Ahora, condenada y libre, espera renacer en un espumoso momentazo de ave fénix.

No está tan claro que lo mismo pueda sucederle a Francisco Camps, que también desea volver a los escenarios. Ni a Luis Bárcenas, otro que se aferró a su partido y sus escritos, del cual todos prefieren desembarazarse como si fuese algo muy pegajoso, pero no hallan cómo. En el gimnasio, donde el extesorero y yo compartimos vestuario y donde nos hemos visto con nuestras toallas siempre bien aferradas a la cintura, consideran que su presencia choca con la remodelación de las instalaciones. El día de la reapertura, los clientes se aferraban a la barandilla de la escalera pendientes de su llegada. Se decía que algunos socios habían pedido su expulsión “porque casi me hace arrepentirme de mi voto al Partido Popular” y exclamaban. “¡Es una vergüenza!”. Mientras, en esquinas más discretas y entre bicis estáticas, se comentaba que, pese a la remodelación, las taquillas de Bárcenas y de su enemigo Trías se mantenían peligrosamente próximas. Otra idea a la que nos aferramos: la democracia y los partidos también se dirimen en los vestuarios.

Al final, cuando toda esta crisis termine, algún día no antes de 2016, recordaremos a los imputados como los nuevos vips, que rebajaban kilos gracias al deporte y ganaban popularidad según aparecieran en sus paseíllos ante los jueces, como un photocall. En realidad esas apariciones se han transformado en el único escapismo que somos capaces de generar en estos meses. Así, cada vez que hablen de Iñaki o de Panto o de Oriol Pujol consigues olvidarte de un desahucio o cualquier otra inmoralidad, dejándote atrapar por la melodía de una canción titulada Así fue.

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