La desigualdad amenaza al Estado


La crisis ha aumentado al 6,4% el porcentaje de españoles que vive en la extrema pobreza. /CRISTÓBAL MANUEL
Se abre el telón y aparecen un socialista, un clérigo, un sindicalista y un funcionario internacional agitando unos papeles. Se cierra el telón. ¿Cómo se titula la película?: El monstruoso ataque de la desigualdad social. En el espacio de pocas semanas, cuatro informes de instituciones diferentes, que representan a los sectores más diversos de nuestro país, han alertado a la sociedad española sobre la misma cuestión: las diferencias entre ricos y pobres amenazan la recuperación económica, la paz social y la estabilidad de las instituciones democráticas. En el lenguaje de la Dama de Hierro manchega, "la desigualdad es como el nazismo".
Esa es la mala noticia. La buena es que nos hemos puesto de moda. Con la 'americanización' de su modelo de cohesión social, España se sitúa en el centro del debate sobre el marco global del desarrollo tras 2015, que ha identificado la desigualdad como un obstáculo principal al bienestar de las sociedades y las oportunidades de los individuos. Frente al debate de valores absolutos que ha definido la primera versión de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (reducir la pobreza extrema o el hambre un tanto por ciento), este enfoque permite establecer hasta qué punto es relevante en el progreso de las naciones el fracaso de las políticas de redistribución (cuánto progresan los ricos con respecto a los pobres en un contexto de crecimiento).
Así que estamos de enhorabuena. Tanto ha retrocedido España en riqueza y en justicia que ahora podemos beneficiarnos de esos debates tan vistosos que antes solo afectaban a los países en desarrollo. Para celebrarlo, les propongo tres reflexiones positivas que me sugiere todo este asunto:
- Hasta ahora hemos sido incapaces de colocar el problema de la inequidad en la agenda política y traducirlo en consecuencias tangibles como la pobreza infantil o la precarización masiva de las familias(alguno recordará el poco memorable debate sobre el Estado de la Nación, entre las omisiones de Rajoy y las improvisaciones de Rubalcaba).Lo que demuestran estos y otros informes es que cada vez existe más información disponible sobre el problema. Los medios de comunicación hablan de ello y la sociedad civil conforma alianzas improbables para hacerles frente. Son buenas noticias que se pueden traducir pronto en resultados (tal vez el Plan de Lucha contra la Pobreza Infantil anunciado esta semana por el Gobierno sea uno de ellos).
- Si compartimos el problema con otros muchos países, seguro que también podemos aprovecharnos de sus soluciones. La reforma del régimen fiscal internacional, sin ir más lejos, debería permitirnos incrementar los ingresos disponibles contra la pobreza (a través de la tasa sobre las transacciones financieras) y comenzar a tapar el sumidero presupuestario en el que se ha convertido la actividad de las empresas españolas en los paraísos fiscales.
- Cabe la posibilidad de que el nuevo marco global del desarrollo establezca objetivos mensurables de reducción de la desigualdad que puedan ser trasladados a nuestro contexto. ¿Podemos pensar, por ejemplo, en establecer diferencias máximas entre el coeficiente de Gini de un país (indicador básico de medición de la desigualdad) y el de la media de los países de su entorno? En el caso de Europa, un mecanismo de este tipo activaría de forma automática la respuesta del conjunto de la Unión, del mismo modo que las instituciones impiden ahora la violación de los compromisos de déficit.
Sigan este asunto con atención, porque ofrece ángulos realmente interesantes. Y el constatar que nuestro entorno ha cambiado de un modo que todavía resulta difícil de comprender no es el menor de ellos.
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