Wikileaks: la tarea que los medios mexicanos no han hecho
Sin ánimo de descalificar la información dada a conocer esta semana por Wikileaks con respecto a México, al menos para quien esto escribe lo que hasta ahora se ha revelado en esta nueva temporada de cables diplomáticos es poco o nada con respecto a lo que desde hace años se puede consultar en los archivos mexicanos por ejemplo de la Secretaría de Gobernación (ministerio del Interior).
Si se quiere conocer los trasfondos del poder hay que asomarse a los expedientes de los dos principales aparatos de inteligencia y policía de aquel tiempo: la Dirección de Investigaciones Políticas y Sociales (DIPS) y la Dirección Federal de Seguridad (DFS). De las dos, la DFS sería la encargada del trabajo más fino y, por tanto, el más sucio. Dos de sus directores, Fernando Gutiérrez Barrios y Miguel Nazar Haro dejarían sembradas cientos de historias de miedo.
Los ejemplos sobran. Pero habré de referirme a un tema que ha sido atractivo venido desde Wikileaks y que demuestra, entre otras cosas, las diferencias de la cantidad y calidad de información que existe en México: la relación de la prensa y el poder en el México de esos años.
Dice uno de los cables (1976MEXICO06463_b) que casi al final de su gobierno, el presidente Luis Echeverría estuvo interesado en adquirir la llamada cadena de periódicos El Sol de México e incluso uno de los principales diarios, El Universal, así como canales televisión para mantener un alto grado de su poder y control con el siguiente sexenio, el de su sucesor José López Portillo.
Otros cables más dan cuenta de la “difícil” y ampliamente documentada relación entre Excélsior dirigido entonces por Julio Scherer y el presidente Luis Echeverría hacia el final del sexenio. Si bien es cierto que Julio Scherer fue presionado por el poder, pocos, muy pocos periodistas como él pueden presumir (sus libros lo prueban) que estuvieron tan cerca del ex presidente Luis Echeverría y de todos los hombres del poder político y económico de esa época.
El asunto es que a partir de los cables de Wikileaks hasta hora difundidos, y perdón si incomodo, prevalece la idea de que los medios y los periodistas de esa época solo eran víctimas de la presión y control del poder sobre ellos. Si nos asomamos un poco a lo que en los archivos mexicanos muestran, veremos que esa tesis no se sostiene.
Lo que refieren los cables de Wikileaks es precisamente la parte de la historia que a los mismos medios y a muchos periodistas les conviene mostrar. La de víctimas de una tiranía (la figura presidencial) que asfixiaba a la libertad de expresión. Nada más falso que eso. La historia de la relación de la prensa y el poder no fue solamente de victimarios y víctimas.
En La Otra Guerra Secreta (Los archivos prohibidos de la prensa y el poder Debate 2007), de mi autoría, se documenta a detalle lo que difícilmente aparecerá en los mismos archivos del gobierno estadounidense. Esa cercana y conveniente relación entre la prensa y el poder en esos años. Las reuniones privadas, los acuerdos con el ministro del interior, los de connivencia a los que se llegaron por un sólo objetivo: seguir siendo también un gran poder. El cuarto poder.
Es cierto, el poder presionaba, apretaba, pero las más de las veces no era necesario. Lo que se dio, y que sigue marcando la existencia de la prensa en México, fue una legitimidad en doble sentido: los medios legitimaban al poder y este a los medios. Ambos, medios y gobierno confiaban en que su poder sería eterno permanente y que además, nadie se atrevería a guardar las huellas de esa relación: pagos, acuerdos, pactos, favores, obsequios, el colaboracionismo de periodistas con el poder etcétera.
Por ejemplo, en un memorando de julio de 1969, la sociedad de editores había acordado por unanimidad, y así lo informaba al gobierno, un “pacto de honor” para que sus publicaciones no aceptaran difundir en ellas escritos que afectaran el “buen nombre de otros socios y que por su índole se refieran a asuntos de orden privado e interno de las empresas… el punto fue abordado con motivo de ciertas publicaciones pagadas que recientemente se han venido haciendo que afectan a nuestro socio Excélsior, puesto que aluden a cuestiones internas y de índoles privada que prevalece entre dicha editorial y otras personas”. El documento es más amplio.
Así como este, miles de documentos en los archivos mexicanos dan cuenta del nivel del silencio que asumieron los medios en esta época frente a muchos problemas nacionales. De la autocensura que asumían sin queja, del retiro sin protestar de programas de radio y televisión que incomodaran al poder. Algunas actitudes simplemente denigrantes. Información que va más allá de las sabrosas anécdotas con las que algunos de estos personajes de la prensa mexicana han querido contar la historia. Otros de plano han preferido callar.
Hace unos años dejaron de ser intocables por los medios de nuestro país el poder político, el Ejército mexicano y la virgen de Guadalupe, pero no ha ocurrido lo mismo con los propios medios de comunicación. Encargados de registrar y contar la historia, la mayoría de los medios han eludido una revisión crítica de sí mismos y por tanto de sus propias responsabilidades en ese periodo de la historia que ahora trae nuevamente a cuento Wikileaks.
Sigue siendo preferible la mitificación y el martirio. El papel de víctimas del poder absoluto. La nueva temporada de la serie Wikileaks, en lo que a medios y poder en México se refiere, ha venido a reforzar la fórmula que nunca falla de culpar de todo al poder político y evadir el pasado. Una coartada perfecta: el poder lo podía todo y lo hacía todo.
Es muy probable que en los siguientes días los cables de Wikileaks nos asombren con revelaciones que rebasen las que durante los últimos años han hecho periodistas como Kate Doyle (The National Security Archive) quien dedicó años de trabajo en los archivos mexicanos. Como por ejemplo, qué periodistas informaban o compartían información con la embajada estadounidense.
Wikileaks es sin duda el fenómeno más importante en cuanto a proceso de transparencia que globalmente vivimos. Pero en el caso de México, nos quedamos deslumbrados con esa información sin darle importancia a lo que, a diferencia de otros países, sí existe en México: nuestros propios archivos de esa época.
Ahí seguirán en el Archivo General de la Nación miles de historias por contarse, aunque seguro seguirá siendo más fácil esperar las próximas temporadas de Wikileaks.
La memoria es incómoda.
Jacinto Rodríguez Munguía es autor de La otra Guerra Secreta. Los Archivos Prohibidos de la Prensa y el Poder. (Debate 2007) Blog: http://latiraniainvisible.wordpress.com/ Una versión amplia de este texto se publicará en la próxima edición de la revista emeequis, de la que el autor es editor.
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