Abril
Me sorprenden las críticas semánticas y estilísticas que cuestionan un auto transparente como el agua
El juez Castro, como cualquier persona con sentido común, no cree que el Rey no comentara con su hija la situación de su marido. Bien, pues mi sentido común me impide creer que no haya preparado con su hijo el discurso de apoyo a la judicatura que le ha deparado el papel de poli bueno, reservando para su Casa el de poli malo, en esta lamentable historia.
Perdónenme un principio tan abrupto, pero yo también voy de sorpresa en sorpresa. Me sorprenden las críticas semánticas y estilísticas que cuestionan un auto transparente como el agua. Y el prestigio del fiscal, cuando en otros casos, como el de Garzón, no se dio valor alguno a su discrepancia. Y las declaraciones de García Margallo, como si la actuación de la justicia encarnara un riesgo más grave para la marca España que la constancia de que el yerno del Rey se ha forrado con dinero público. Y las voces que piden la abdicación, como si el enésimo recurso al truco del trilero –por aquí, por allí, ¿dónde está la bolita?- lo resolviera todo.
Ni ustedes ni yo tenemos la culpa, pero Felipe de Borbón será siempre el cuñado de un corrupto, de cuya esposa se sospechó –como mínimo- que cooperara al enriquecimiento ilícito de ambos. Un hipotético éxito de la fiscalía no hará más que empeorar esa percepción. Cualquier solución es mala, pues todas chocan con la única ley capaz de resolver el destino del Estado español: la ley de la gravedad. Porque las manzanas se caen de los árboles por mucha gente que se asfixie de tanto soplar hacia arriba, y el fruto de la Transición está más podrido que maduro. Ya está bien de mover la bolita. En este abril de lluvias torrenciales, resplandece más que nunca la memoria de otro abril, que fue capaz de devolver la ilusión democrática y la fe en el futuro a un país desahuciado, que se llamaba España y, por cierto, se parecía bastante a éste.
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