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Tribuna
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Egipto: de la risa al llanto

La reforma del mundo islámico echará raíces cuando se consolide el derecho al disenso

Emilio Menéndez del Valle

En el año 3200 antes de Cristo, el faraón Menes adoptó el título de Unificador de los dos reinos tras fundir en uno solo el Alto y el Bajo Egipto. Hoy, Bassem Yusef, periodista, cómico y estrella televisiva acosada por los islamistas, llama al presidente Morsi unificador de los poderes,en cuanto que ha puesto a su servicio prácticamente todo lo que la Constitución consagra.

El presidente egipcio argumenta que no ha tenido más remedio que hacerlo debido al “obstruccionismo” de otros actores políticos. No parece dispuesto a aceptar que el hecho de haber ganado democráticamente unas elecciones, como es su caso, no le legitima para la concentración de poderes. Sin duda, el hecho de que en el islam las líneas que deberían separar cultura, religión y política no están definidas es parte del problema. De ahí la ventaja de que disfrutan y el riesgo que suponen los fundamentalismos islámicos. Hace un par de décadas se sostenía que no constituían alternativa alguna, que eran más bien un signo de crisis. Por entonces, el arabista François Burgat decía que el fundamentalismo islámico es el ruido que hace la garganta árabe cuando traga la modernidad, no cuando la rechaza. Sin embargo, desde entonces ha habido suficientes señales y hechos para deducir que en algunos países, Egipto incluido, la garganta árabe se está atragantando. Desde luego la del presidente Morsi, quien ha atentado contra la constitucional separación de poderes, sustentado en una concepción político-cultural que se aleja de la modernidad.

Si mantengo que el islam necesita una reforma que dificulte el fanatismo islamista, tal vez se me acuse de simplista. Todos los fundamentalismos —judío, islámico, cristiano— son indeseables. La ventaja del cristiano sobre el islam es que nació seis siglos antes y ha superado etapas que a este le falta recorrer.

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Morsi ha atentado contra la constitucional separación de poderes

La Unión Europea vio en la denominada primavera árabe —derrumbe de dictaduras miserables y crueles a cuyo sostenimiento nosotros mismos habíamos contribuido durante décadas— una oportunidad para autorredimirse del daño ocasionado y de las vergüenzas mal digeridas. Pero la democracia, como la Alta Representante para la Política Exterior ha reconocido, una democracia arraigada y sostenible, es un largo proceso que requiere compromiso, paciencia y trabajo duro.

Defiendo la compatibilidad entre islam y democracia. Pero una democracia definitivamente arraigada y sostenible no es obra de una década para otra en aquellas áreas geográficas en que la cultura y la historia son diferentes de donde aquella nació, esto es, Europa.

Para que la democracia naciera tal y como nosotros la entendemos fue necesario abandonar las certezas absolutas. Sucedió cuando se renunció a la certidumbre, cuando se extendió la convicción de que un hombre no puede imponer a otro hombre su propia certeza. En el centro y norte de Europa se enseña en las escuelas que la democracia es hija de la Reforma protestante. A partir de ella, el individuo era responsable ante la divinidad por el modo en que vivía su propia vida. La Iglesia podía difundir una determinada concepción de la voluntad de Dios, pero, en última instancia, únicamente decidía la persona, cada persona.

Se desvaneció entonces el concepto de divinidad como única, absoluta y obligatoria fuente de referencia en lo público y en lo privado. Esta reforma —desconocida aún en el islam y que el fundamentalismo islámico bloquea— permitió en 1689 a John Locke escribir en su Carta sobre la tolerancia lo siguiente: “Aunque la opinión religiosa del magistrado esté bien fundada, si yo no estoy totalmente persuadido de ello, no habrá seguridad para mí en seguir ese camino. Ningún camino por el que yo avance en contra de los dictados de mi conciencia me llevará a la mansión de los bienaventurados”.

En Europa, la Revolución Francesa y la absoluta confianza hegeliano-marxista en la racionalidad de la historia, introdujeron durante un lapso temporal la ilusión de otro tipo de certidumbre. De nuevo perdida hoy, en una sociedad donde algunos sectores se declaran posmodernos, incrédulos e inseguros. Según el filósofo cristiano Baget Bozzo, la pérdida de la antigua confianza sin haber reencontrado el concepto estoico y cristiano de la providencia hace que lo nuevo parezca amenazante y el pasado se revele como el cálido núcleo de la certidumbre. Algo de esto parecen sentir los islamistas cuando preconizan una vuelta al pasado y<TH>un retorno del islam a la política.

Los islamistas quieren sofocar la risa de la sociedad egipcia

Me temo que la necesaria reforma del mundo islámico no echará raíces hasta que el derecho al disenso, fundado en la relatividad de las propias certezas, se consolide en dicho mundo. Mientras tanto, Bassem Yusef, cirujano cardiaco convertido en estrella televisiva en un país donde la mitad de su población padece horror cósmico a quien perturba un firmamento de incuestionables certezas, continuará siendo acosado por quienes preconizan un universo donde no quepa el disentimiento. Como ha escrito el marroquí Tahar Ben Jellon, “los integristas persiguen a los escritores porque saben que un creador de ficción introduce la duda y a veces la risa en la fortaleza de la certidumbre. La duda puede pasar, pero la risa resulta insoportable. ¿Qué futuro puede esperar a una sociedad que ha olvidado la risa?”.

Los islamistas quieren sofocar la risa de la sociedad egipcia y ahogarla en el llanto. Ernst Jünger recordaba en 1995, al cumplir los 100 años, que el XXI sería el siglo en que regresarían los titanes, figura mitológica caracterizada por un insaciable apetito de poder. ¿Son los fundamentalistas islámicos los titanes de este siglo? A la espera de que la cultura islámica sea capaz de poner en tela de juicio las “verdades absolutas”, Bassem Yusef, aun consciente de que, como decía Jünger, vivimos un mal momento para los poetas, se ha propuesto dificultar la consolidación de los titanes. Y lo hace con el humor y la risa. En entrevista a un medio occidental, ha dicho: “Yo no critico. Satirizo. Y hago reír, lo que resulta aún más impactante”. Ojalá contribuya a agrietar en su país la fortaleza de la certidumbre.

Emilio Menéndez del Valle es embajador de España y eurodiputado socialista.

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