Casa sin fin
FOTO: Fernando Alda
Es un tópico, y una verdad, que una casa es como un cuerpo: nace un día, pero se hace durante toda una vida. O más de una. Esta vivienda sevillana nació prematura en un cuerpo antiguo, de finales del XIX. Una orden de ejecución municipal obligó a los nuevos propietarios a intervenir para reparar las patologías detectadas por una inspección técnica realizada hacía años. Así, cuando llegaron las prisas no había mucho dinero y los arquitectos/propietarios decidieron comenzar ellos mismos la obra.
Demoler y desmontar se les antojaba a María González y a Juanjo López de la Cruz (Sol89) una manera de conocer lo que la casa pudiera ocultar. Comenzaron restando: retiraron falsos techos, revestimientos, particiones, todo lo que disfrazaba la antigua vivienda de carniceros de mercado.
Sobre la marcha decidieron retirar los forjados y las vigas en peor estado, soldar dinteles y recuperar huecos que existieron en otro momento, cediendo superficie a cambio de ganar volumen, perdiendo suelo para ganar altura. También optaron por conservar elementos que hablaban. O que les hablaban: pedazos reveladores capaces de explicar la historia de aquel lugar. Pensaron y asumieron que el tiempo también construye. Así, con los arquitectos metidos a arqueólogos, reapareció la casa original del carnicero. Pero el carnicero no la reconocería.
Los arquitectos adintelaron los muros para que dejasen pasar el aire, “para meter la calle en la casa”. Ese zaguán es hoy el jardín de la vivienda. Su hijo tarda 27 segundos en recorrerlo de un extremo a otro subido a un triciclo.
Tras dos años de trabajo, cuando la cosa se puso seria, llegaron Alejandro y Juan, dos albañiles profesionales. La casa ha ido creciendo con el niño. “Se han borrado capítulos y quedan páginas en blanco”, explican los arquitectos. “El texto sigue abierto, pero quedan capítulos por escribir”, insisten citando a Manuel Chaves Nogales, que ya escribió sobre la vida en su misma calle, hace casi siglo.
“Nacer en la calle Ancha de la Feria y encararse con la humanidad que hierve en ella apenas se ha cansado uno de andar a gatas y se ha levantado de manos para afrontar la vida a pecho descubierto es una empresa heroica, que imprime carácter y tiene una importancia extraordinaria para el resto de la vida, porque súbitamente la calle ha dado al neófito una síntesis perfecta del Universo. Son esas calles que milagrosamente llevan siglos de vida intensa, sin que el volumen de su pasado las haya envejecido; son viejas y no lo parecen; sin que se les haya olvidado nada, viven una vida actual febril y auténtica, vibrando con la inquietud de todas las horas; en cada generación se renuevan de manera invisible y naturalísima.”
Manuel Chaves Nogales, ‘Un niño en una calle de Sevilla’,
en Juan Belmonte, matador de toros, 1935.
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