Una reforma migratoria al servicio de la ultraderecha
Nick Clegg en 2010, cuando era liberal. Foto: AP.
Cualquiera que esté interesado en los futuros mimbres morales de la Unión Europea debería seguir con atención lo que está ocurriendo con el debate migratorio en el Reino Unido. Su Gobierno –liderado por una coalición entre conservadores y liberales- lleva meses apretando las tuercas de un discurso anti-inmigración en el que nadie está fuera de tiro: trabajadores indocumentados, estudiantes, familiares e incluso empresarios son acusados de manera recurrente de quedarse con los empleos, drenar las prestaciones sociales o robarle la cartera a las ancianas londinenses. Las medidas anunciadas ayer por el Primer Ministro son el penúltimo ejemplo de esta deriva.
Como recuerda en el diario The Guardian Ian Birrell (un antiguo speech writerde David Cameron, ya ven qué cosas), ninguna de estas acusaciones parece estar sostenida por hechos o estudios serios, más bien lo contrario. Pero esos detalles menores no parecen jugar un papel relevante frente al verdadero objetivo de las medidas: disputar al partido ultranacionalista de Nigel Farage el espacio electoral del populismo de derechas.En vez de despertar las alarmas de un país caracterizado por su sentido común, el avance del partido Ukip se ha convertido en un herpes que amenaza con contagiar a todo el espectro político del Reino Unido.
Porque lo más sorprendente no es la dura posición de los tories, sino el giro de los liberales y socialdemócratas en este ámbito. En poco más de dos años, Nick Clegg ha pasado de proponer una regularización general de los inmigrantes irregulares a actuar de palmero en los clubes conservadores de St. James(si quieren conocer una posición liberal realmente inteligente, lean lo que ha ido escribiendo The Economist estas últimas semanas). El Partido Laborista de Ed Miliband, por su parte, se limita sencillamente a aceptar la derrota de sus ideas, balbuceando una protesta y poniendo a sus mejores think tanks a pensar en maneras más compasivas de organizar la deportación masiva de extranjeros. A nadie puede extrañar que ya no les reconozcan ni sus antiguos aliados.
Es posible que los políticos del Reino Unido se consideren diferente a sus colegas continentales, pero en este asunto sus miserias huelen igual que las del resto de la dirigencia europea. Atrapados entre la crisis económica y la falta de ideas, buena parte de los gobiernos de la UE se deslizan peligrosamente hacia la indolencia o la hostilidad activa frente a los extranjeros que viven en sus ciudades y en sus pueblos. Porque el mayor riesgo de las formaciones nacional-populistas (ver esta lúcida descripción de Jordi Vaquer) no son los escaños que obtienen, sino el modo en el que contaminan al resto de los partidos. (Salvo en España, donde el Partido Popular no ha necesitado ser espoleado por nadie para introducir medidas miserables como la exclusión sanitaria de los inmigrantes sin papeles.)
Muy atentos a este asunto. La frivolización populista de la política migratoria es mucho más que un problema ético para Europa. La crisis pasará, y lo peor que le puede ocurrir a este puñado de sociedades avejentadas y temerosas es cerrar las puertas a quienes pueden ayudar a impulsar nuestras economías y sostener nuestros estados del bienestar. Esconder los hechos de la inmigración, magnificar sus riesgos y jugar partidas a corto en beneficio de las próximas elecciones es el mejor modo de traicionar los intereses de Europa.
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