Madres kafiles
Ser madre es descubrir que tu vida pasa después de la vida de tu hijo. Es olvidarte de dormir, de comer, de respirar si tu hijo está enfermo o si estás lejos de él. Así me siento pese a no haber concebido un bebé en mi vientre.
Hace ya muchos meses, ¿un año?, viajamos a Marruecos para acoger a un bebé abandonado. Teníamos la esperanza de volver pronto a casa con el pequeño pero nos vimos afectados por la paralización de las kafalas (en los países islámicos no existen las adopciones; la tutela dativa es lo más parecido a la kafala).
Siempre recordaré el día que depositaron a un recién nacido en mis brazos. Había esperado ese momento durante años y, solo poner mis ojos en él, comprendí que mi vida estaba a punto de cambiar para siempre. Pensé que era la criatura más bella y más perfecta que existía en el universo. Ya tenía los ojos de una madre. El bebé giró la cabeza y me miró con unos ojos grandes que me interrogaban: “No tengo a nadie en el mundo, estoy solo y abandonado, me temo, pero también tengo ganas de vivir. ¿Quién eres? ¿Qué puedo esperar de ti?”. Desde lo más profundo de mi corazón pensé: “Tener una madre para siempre. Deseo tener la oportunidad de amarte siempre, cuidarte, respetarte, darte una educación para que te conviertas en un hombre de provecho. Que formes parte de nuestra familia, como ya lo eres de mi corazón”.
Mi mayor sueño sería caminar por la calle con el niño, levantarme por la noche para verle dormir y criarlo en un verdadero hogar. Hasta que ese sueño se haga realidad, mientras el proceso judicial de nuestra kafala continúe bloqueado, voy a seguir yendo al orfanato. Él me reconoce como su madre y a mí me resulta inconcebible imaginar la vida sin él. Fue abandonado ya al nacer. Ahora que tiene nuestro amor incondicional, no puede sufrir un segundo abandono.— Yassaman Montazami y 24 firmas más.
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