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LA PARADOJA Y EL ESTILO | Boris Izaguirre
Columna
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El difícil arte de ser Corinna

El ¡Hola! de Corinna es un adiós al palacio real. Así se garantiza un futuro más allá de las puertas de La Zarzuela, donde ya la miran con recelo.

Boris Izaguirre
Corinna tras una visita a la casa del diseñador Manolo Blahnik en el barrio de Chelsea (Londres), el pasado mes de agosto.
Corinna tras una visita a la casa del diseñador Manolo Blahnik en el barrio de Chelsea (Londres), el pasado mes de agosto.Alex Moss / FilmMagic

Hemos llegado a un punto en que no sabríamos qué hacer si no hablamos de esa asombrosa frase de la princesa Corinna: “A una mujer rubia se le complican más las cosas”. Incluso cuando se es alta, guapa, glamurosa, educada y rica. ¡Qué gran verdad, princesa: ser rubia, en esas condiciones, es una lata! Aunque Corinna es la prueba de que si te relacionas con lo más alto y armada hasta los dientes, puedes salir más airosa que Marilyn Monroe, otra rubia a la que se le complicó todo bastante, también se mezcló con hombres poderosos y terminó medio desnuda aferrada a un teléfono que nadie quería contestar.

Corinna es otra época, otro tipo de rubio y otro tipo de amistad con hombres poderosos. Lo importante es que, al ser una persona proclive a las relaciones estratégicas, sabe muy bien cómo hacer rodar una estrategia. Con su desconcertante portada en el ¡Hola!, Corinna se garantiza un futuro más allá de esas puertas de La Zarzuela que ahora la observan como alguien ya demasiado visible para dejarla circular dentro. El ¡Hola! de Corinna es un adiós al palacio real. Ahora que es pública, ha sacrificado sus valores: la discreción, el silencio. También lo hizo la Reina con su libro y no le funcionó. Algo indica que Corinna ha recibido la orden, más o menos real, de que ahora es mejor marcharse. Como el Papa. Ella, asesorada, y antes de regresar a su casa en los apartamentos Estoril en Montecarlo, ha decidido hacerlo a lo grande. Sus estudiados retratos nos muestran el difícil arte de ser Corinna: una mujer bella y bien intervenida que mezcla estratégicamente sobre fondo oscuro ballerinas con diamantes y se deja convencer por esa condición sine qua non de ¡Hola! que es fotografiarte descalza. Un guiño democrático: poner a todos sus grandes personajes con los pies desnudos, un mismo plano de igualdad. Como la justicia que su amigo el Rey reclamó para todos.

No podemos evitar pensar en la infanta Cristina, otra rubia en apuros, que sabe que Corinna tiene su misma edad, pero no su mismo estatus facial.

Otra enseñanza de las fotos es que Corinna ha cambiado: su rostro ya no es aquel de su visita a los Premios Laureus en 2006. Entonces parecía una princesa desorientada y con los típicos problemas de peluquería de cualquier chica alemana en el Mediterráneo. El cabello se encrespa violentado por la humedad marina y el rostro acumula brillos debido al calor. Esa Corinna ya tampoco existe. La que vemos ahora es la prueba de que si te relacionas con jefes de Estado y trabajas en secreto para ellos, necesitas un buen equipo con peluquero, estilista, un hinchalabios y dos juegos de jeringuillas que seguro que ella, con su buen sentido de humor, habrá bautizado como el equipo Botsuana y el equipo Laureus. Cuando observamos estas fotos, no podemos evitar pensar en la infanta Cristina, otra rubia en apuros, que sabe que Corinna tiene su misma edad, pero no su mismo estatus facial. No es que sea más guapa, sino que es más todo. Más estratega, más femenina, más o menos princesa, más amiga y, desde luego, más rica. Eso sí, con gustos similares a los de la Reina: el campo español cerca de El Pardo, el barrio de Mayfair en Londres, la comida sana. Y los animales con pedigrí.

A pesar del bombazo en la prensa, Corinna no lo va a tener fácil con el público femenino español, que, como en todas partes, es el que decide. Por más dulce y amable que la retraten en sus entrevistas, las señoras sobreentienden que Corinna es muy amiga del Rey, pero seguramente no tanto de doña Sofía. Y a la Reina le habrá dolido, entre otras cosas, que Corinna deje a su querido yerno como un ex chico dorado que pide empleos que luego no acepta. Es cierto que madre e hija han escogido mirar hacia otro lado, colocarse siempre al margen, pero puede irritarles que la portada de ¡Hola! perfile a la bella Corinna como si fuera una jefa de Estado del glamour.

Michelle Obama es otro estado de glamour, más aún después de anunciar el Oscar a la mejor película en la Casa Blanca. Otra magnífica estrategia para unir empresas globales, la Casa Blanca con Hollywood, dos poderes y mucha influencia. Si intentáramos hacer algo así en los Goya, desde luego no podríamos escoger a Cospedal, porque se habría hecho un lío con el diferido. Lo que le ha pasado es fruto del ingrato trabajo de ser ella la que persigue a Bárcenas. O de que el señor Bárcenas la persiga a ella. Su enrevesado trabalenguas ha convertido en realidad su celebre frase: “Que cada palo aguante su vela”.

Ni el bochorno de Cospedal ni la salida del armario de Corinna han podido eclipsar la marcha de Benedicto, sobrevolando Roma el último día de febrero, acompañado por el tañido de todas sus campanas y finalmente con esa despedida extendiendo sus brazos en el balcón como si fuera Evita. ¡Qué subidón estético el del Vaticano! Son auténticos estrategas eméritos de la comunicación y el gran gesto. Son, con sus cosas, el glamour en otro estado, casi en estado puro.

El estado de alarma social es diario. De entre todo lo que se dice y grita, se anuncia el principio de una nueva era vestida con zapatillas, bótox y diamantes sobre un fondo muy negro.

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