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Columna
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Su jardín

Me entretuve repasando el historial de Ana Mato, y dí en hallar, en el pasado, un hecho apostólico que habla de su celo por la infancia

Mientras aguardaba pacientemente a que se iniciara el debate del estado de la nación, temiéndome que resultara tan ajeno a nosotros como el Estado del Vaticano —aunque sin tanto arte: ¿quién podría rodar un Padrino III con nuestros despojos?—, me entretuve repasando el historial de Ana Mato, y di en hallar, en el pasado, un hecho apostólico que habla de su celo por la infancia, ratificado recientemente con la recopilación de sus obras completas en materia de cumpleaños.

Ya en 2008 doña Ana denunciaba pública y valientemente que “los niños andaluces son prácticamente analfabetos”, basándose en un reciente informe PISA morena PISA con garbo. Por desgracia, la señora Mato no se mantuvo entonces en sus trece, no mostró la admirable entereza que hoy la honra —entereza de género, podríamos decir, de capitana del feminismo ultrajado—, y pidió disculpas. Maldición, espero que ahora no se acobarde.

Si yo estuviera en su lugar seguiría mostrándome firme, sobre todo en lo que respecta a su derecho a requerir, por parte de los suministradores gürtelianos, un “jardín de las maravillas” para alguna de las dichas fiestas de aniversario, dotado de un arco y poblado de “setas y demás ornamentos”. Una madre tiene derecho a exigir setas para sus hijos y, en cuanto a los demás ornamentos —tiembla, España, al imaginarlos—, cabe suponer que incluirían enanos de cerámica, pues no he visto jamás una seta de ese tipo que, en un jardín, no tenga a su vera a un oportuno y pétreo enano.

Cierto que, llegados a este punto, podemos preguntarnos si a la actual ministra de Sánate Como Puedas no le habría resultado mucho más sencillo —y menos propicio a las críticas del respetable— limitarse a plantar en el jardín a su colega Montoro, que resulta en sí mismo una atracción de seis pistas.

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