AVE
El reluciente y veloz tren va cargado con parte de los genios que deberían arreglar esto y que ni encerrados se entienden
Al despliegue de análisis sobre la gestualidad y la palabrería de los extraños en un tren, en su extraño viaje, solo le ha faltado un editorial que empezara por: “Iban en el mismo vagón un catalán, una zamorana, un madrileño y un gallego...”. Aunque es posible que se me haya pasado, porque ni siquiera una insomne como yo dispone de tiempo para examinar totalmente la banalidad informativa.
En algo sí que me fijé.
Y es que, entre tanto blablablear acerca del acto inaugural, apenas se han oído voces contra este nuevo artefacto de alta velocidad, y lo que supone. No nos hará más ricos ni más competitivos ni ayudará a quienes menos poseen: tienen que leer el artículo excepcional que ayer publicó este periódico, El despilfarro del AVE, de Xavier Fageda. Eso sí, contribuye a nuestra imparable carrera hacia el Guinnes de los récords, por delante de todos los países menos China. Malditos amarillos, con lo que les dimos cuando el Domund.
Tampoco he escuchado referencias al simbolismo del evento.
Imaginen la secuencia. Un país acosado por el paro, la corrupción, el desmantelamiento del Estado y la frivolidad emanada desde cualquier rincón. Un país color gris, como el de aquellos tiempos, acosado por los buitres de fuera y los carroñeros de dentro, y por el que vagan masas de parados y desahuciados. Atraviesan también el paisaje viajeros jóvenes que lo abandonan como pueden, buscándose el futuro que aquí se les niega. Hasta los espantapájaros lloran.
De súbito, como una exhalación, aparece la joya suprema de la bisutería patria: el reluciente y veloz tren que ignora la mayoría de las estaciones. Va cargado con parte de los genios que deberían arreglar esto, y que ni encerrados se entienden. El AVE, sordo e indiferente, pasa de largo.
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