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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Abogados a farolazos

Muy subido tiene que estar el indicador de irritación en España para que se impugnen con escándalo público unas elecciones corporativas

MARCOS BALFAGÓN

Las elecciones del Colegio de Abogados de Madrid para renovar la Junta Directiva y nombrar al nuevo decano terminaron como el rosario de la aurora. Pocas veces mejor traída la expresión. A las cinco y media de la madrugada del miércoles tuvo que intervenir la policía para evitar que se perpetrara agresión sobre dos personas de la candidatura de Sonia Gumpert, que habían acudido al Palacio de Congresos para llevarse dos ordenadores personales. Insultos, empujones y gritos racistas son impropios de personas de ley, pero eso es lo que hubo, además del lógico acaloramiento. La ira cristalizó después en una denuncia conjunta (¡con lo difícil que es poner de acuerdo a los abogados!) de varias candidaturas contra la ganadora Sonia Gumpert, por supuesta manipulación de voto y fraude electoral. Después de los farolazos, la policía se incautó de los ordenadores, la denuncia sigue su curso y la Junta Electoral guarda celosamente en la caja fuerte del Colegio las actas y las votaciones. No se practicaron detenciones, como solían decir las crónicas de alborotos en el siglo XIX.

Muy subido tiene que estar el indicador de irritación en España para que se impugnen con escándalo público unas elecciones corporativas, por más que afecten a un prestigioso Colegio; pésimas tienen que ser las relaciones entre candidatos, colegas al fin y al cabo, para que aflore tanto encono (hasta arrinconar a los dos enviados de la impugnada ganadora contra los ventanales del Palacio de Congresos, listos para una defenestración) en una tarde-noche electoral; y mucho debe ser el poder que atesora un decano del Colegio de Abogados para que se dispute su elección con tanto ímpetu y llegue a suponerse que hay compra de votos y manipulaciones varias con el censo.

Decía el regeneracionista Luis Morote que todo español es un abogado, mientras no se demuestre lo contrario. Aludía Morote al puntillismo de leguleyo que adorna aquí a todo discutidor. Tener la razón con la ley en la mano, ese es el propósito de todo dialéctico hispano. Con la ley en la mano, el conflicto de los abogados madrileños va para largo. Y si se hace de la bronca colegial metáfora del país, rábula donde los haya, el precedente augura un mal 2013.

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