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Tribuna
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Recuperando a Arturo Barea

Lo que queda de la vida del autor de ‘La forja de un rebelde’ está guardado en 13 cajas

Todo lo que queda de la vida de Arturo Barea, fallecido en Inglaterra en 1957, después de 18 años de exilio, y autor de la trilogía La forja de un rebelde, el relato más esclarecedor y sincero de los primeros 40 años del siglo XX español, está dentro de 13 cajas guardadas en una casa de Londres, que muy poca gente ha visto.

Recientemente me permitieron acceder a este archivo personal y fue como pasar una tarde hablando con alguien admirado desde hace mucho tiempo y al que a uno le hubiera gustado conocer. La trilogía se publicó por primera vez en inglés durante la década de 1940 (traducida por Ilsa, su esposa austriaca) y no apareció en España hasta 1978. En octubre de 2012 RBA ha publicado una nueva edición de un libro que desde aquella fecha no ha estado nunca descatalogado.

Pude ver sus pasaportes británicos (a Barea le concedieron esa nacionalidad en 1948), su testamento, muchas fotos y cartas, el manuscrito completo de La raíz rota, su última novela, relatos, transcripciones de cientos de emisiones del servicio de la BBC para Latinoamérica e incluso la primera página de La forja, mecanografiada en papel biblia con una máquina de escribir Underwood que, al ser inglesa, no tenía tildes, de manera que Barea tuvo que añadirlas a mano con un lápiz azul. Al ver esto se me puso un nudo en la garganta.

El inicio de La forja es un precioso retrato de la infancia del escritor, cuya madre se ganaba la vida lavando ropa militar en el río Manzanares. “Los doscientos pantalones se llenan de viento y se inflan. Me parecen hombres gordos sin cabeza, que se balancean colgados de las cuerdas del tendedero. Los chicos corremos entre las hileras de pantalones blancos y repartimos azotazos sobre los traseros hinchados”.

El archivo contiene documentos de incalculable valor sobre una de las voces principales del exilio español

Esa misma máquina de escribir se encuentra en casa de Antonio Muñoz Molina desde 2011, después de que los dos reuniéramos dinero entre un grupo de admiradores para restaurar la deteriorada lápida en honor de Barea que se puede ver en el cementerio de All Saints Church, de Faringdon, cerca de Oxford, donde vivió y murió el escritor. Una señora inglesa la trajo hace años a España y se la entregó a Muñoz Molina. Llegó a su casa con un ejemplar intercalado de The Times del 28 de diciembre de 1957. En él aparecía el obituario de Barea. Ya está en marcha el encargo de una placa en honor de Barea para ponerla en la fachada de su pub favorito, en Faringdon, en 2013.

Entre las demás cartas que encontré en el archivo estaba una escrita en 1951 por un periodista inglés que había recibido una queja de las “autoridades culturales de Madrid” por haber dicho en un artículo que Barea era un escritor español. “Esa gente me informa de que usted ya no es un escritor español, del mismo modo que Conrad no es un escritor polaco. Me dicen que usted dicta a su esposa (en una lengua que evitan precisar) y que, a continuación, ella traduce sus pensamientos al inglés. Con su permiso, me gustaría refutar esa declaración oficial”. La mujer de Barea sí le traducía al inglés, pero eso no significaba que él no fuera un escritor español.

No fue esta la primera vez que el franquismo intentó denigrar a Barea, que, prácticamente autodidacta, había sido el censor principal de la Oficina de Prensa Extranjera de Madrid durante la Guerra Civil y había participado en emisiones radiofónicas desde un sótano forrado de colchones para amortiguar el ruido, bajo el seudónimo La voz desconocida de Madrid. En 1956, mientras viajaba por Latinoamérica para la BBC, el régimen le llamó “el inglés Arturo Beria”, aludiendo así al jefe de seguridad de Stalin Lavrenti Beria, pero Barea nunca fue comunista.

Otra carta del archivo, enviada desde la editorial británica Secker & Warburg (la misma de George Orwell, que tenía en muy alta estima a Barea) instaba al español a remitirles urgentemente un duplicado de su libro Struggle for the Spanish Soul [La lucha por el alma española], ya que el original se había perdido cuando las bombas alemanas arrasaron en 1941 la imprenta que la editorial tenía en Plymouth. “Durante el bombardeo, no solo se destruyeron las existencias, sino las copias mecanografiadas, entre ella la de su libro”. Por fortuna, Barea había conservado una copia.

El archivo contiene documentos de incalculable valor sobre una de las voces principales del exilio español y sobre un trágico periodo de la historia de España, y su propietario, que prefiere guardar el anonimato, me dijo que solo lo habían visto dos personas. Sería necesario que todo el mundo pudiera consultarlo.

En Madrid, la Biblioteca Nacional hace lo posible por animar a escritores vivos a donar sus archivos. Uno de los primeros en hacerlo, en octubre de este año, ha sido Muñoz Molina, quien declaró que “Se trata de un acto de restitución a la sociedad. La Biblioteca Nacional me parece el lugar donde mejor pueden estar, para que los consulten los especialistas”. Estoy seguro de que Barea, un hombre que, a pesar de tener sobradas razones, no sentía amargura, también lo habría querido así de haber sobrevivido al franquismo.

William Chislett fue corresponsal del Financial Times y es investigador asociado del Real Instituto Elcano.

Traducción de Jesús Cuéllar Menezo.

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