Monstruos, obsesiones y pesadillas
'Pesadilla en la cocina' logra enganchar gracias a un impecable reparto de propietarios con cabeza de alcornoque, cocineras contestonas, fogones jamás violados por el KH-7 y lavaplatos que sirven de mausoleo a los ratones
Tres hurras por Pesadilla en la cocina, el programa de laSexta en el que el chef Alberto Chicote trata de reflotar restaurantes/epicentros del despropósito humano que se están yendo a pique. Sus artífices tienen mucho mérito por haber alcanzado índices de audiencia tan notables. Según mi particular teoría al respecto, los realities gastronómicos lo tienen complicado en la lucha por el share por culpa del intrusismo de otros realities generalistas.
Mucho debe ofrecer un programa para superar escenas como las que se ven cada dos por tres en Gandía Shore o Tróspidland, también conocido como ¿Quién quiere casarse con mi monstruo? En el primero, Labrador, un ser con pinta de haber tenido dificultades para aprobar preescolar, abrió el otro día la nevera, sacó un pack de yogures cerrados y cual gourmet aspiró su aroma mientras exclamaba: “Mmm, ¡qué bueno!”. En el segundo, ese extraño giro en la evolución que atiende por Isidoro llamó gazpacho al carpaccio, mientras la muy ecce homo Priscilla, en una visita a una bodega del siglo XIV, confundió los diezmos con los décimos (“¡Nunca pensé que la lotería fuera tan antigua!”).
A pesar de enfrentarse a tan desleal competencia, Pesadilla logra enganchar gracias a un impecable reparto de propietarios con cabeza de alcornoque, cocineras contestonas, fogones jamás violados por el KH-7 y lavaplatos que sirven de mausoleo a los ratones. Con su factura eficaz y el buen hacer de Chicote, ha roto el maleficio que pesaba sobre los gastrorealities desde la emisión de bodrios como La cocina del infierno.
Ojalá el triunfo de Pesadilla sirva para que las cadenas se animen a abrir espacios alrededor de la comida. Telecinco está anunciando el Cocineros sin estrella de José Ribagorda, aunque me temo que a los aficionados a las cochinadas no nos va a estimular tanto la zona del cerebro donde se alojan los malos pensamientos. A mí me encantaría que adaptaran My food obsession, un show estadounidense en el que tratan a gente con las más extravagantes filias y fobias alimentarias.
El hombre que bebe litro y medio de vinagre al día estuvo bien. La sonámbula que se zampa 1.500 calorías de snacks cada noche me conmovió. Pero mi favorita fue sin duda Shiseido, una chica de 25 años que por culpa de una madre adicta a los cosméticos sufre de pánico a la mayonesa. Desde aquí me ofrezco a curarme de lo mío con el cabello de ángel en la versión española, que el caso da para un par de programas.
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