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LA PARADOJA Y EL ESTILO
Columna
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Tan cerca, tan lejos

Ana Botella fue, volvió y retornó entre Madrid y Lisboa sin que nadie, ni su marido, le aconsejara dejar el 'spa' de lujo para otro momento

Boris Izaguirre
La alcaldesa de Madrid, Ana Botella.
La alcaldesa de Madrid, Ana Botella.SAMUEL SÁNCHEZ

Siete años después de meditarlo muchísimo, el Tribunal Constitucional ha decidido que sí, que casarse es constitucional. Ahora ya no hay duda. Los ciudadanos y contribuyentes, gais o no, podrán casarse y divorciarse como les parezca. Allá ellos y ellas. En cualquier caso es un alivio para todos; para el Alto Tribunal, que ahora podrá dedicarse a pensar en otra cosa, y, particularmente, para los miles de personas gais y lesbianas que trabajan para el PP o coinciden políticamente con el partido. Que ya podrán (si lo desean) vivir abiertamente y casarse sin más problemas que los que, por naturaleza, trae el matrimonio.

En siete años, el matrimonio se vuelve una cosa rara, como la vida misma. Tenemos una vez más en la palestra al matrimonio Aznar-Botella. La alcaldesa decidió mantener su calendario familiar en el puente de Todos los Santos, pese a los trágicos sucesos del Madrid Arena. Fue, volvió, regresó, retornó entre Madrid y Lisboa sin que nadie, ni su marido, le dijera que lo mejor sería suspender o aplazar el recreo y dejar para otro momento lo del ir y venir al spa de lujo cuando varias familias madrileñas entierran a sus hijas menores por algo en lo que el Ayuntamiento tiene responsabilidad, y la alcaldía, al menos, algo de sensibilidad.

Se han calificado de cínicas las idas y venidas de la alcaldesa señora Botella, la regidora no ha sido elegida directamente, sino que heredó el cargo por su ubicación en la lista electoral. Difícil ubicación ahora entre Lisboa y Madrid. Entre diversión y devoción. Devota a su interpretación de mujer con capacidad para enfrentarse a su propio fantasma, Botella acudió a la rueda de prensa sola, recién llegada y a punto de salir, vestida como un árbol en pleno otoño, deshojada y sobria en sus palabras y gestos. Hasta que la investigación no concluya, no se aceptará ninguna renuncia ni dimisión, informó. Sin ofrecer tampoco más explicaciones sobre esos viajes a Portugal; son privados. Pero declaró que pensaba mucho en las familias de las víctimas durante el viaje. ¡Eso! Entre una oración, una copa de vino portugués y un masaje. Y es que en público su comunicación no es fluida. Todos recordamos aquella indigesta compota de peras y manzanas que ahora se ha vuelto constitucional. Es más que probable que la señora Botella, próxima a los Legionarios de Cristo, mantenga mejor comunicación con Cristo y con Bankia que con los que sufren y los desahuciados. Tan cerca, tan lejos.

Pasa mucho en los matrimonios longevos: crees que dices lo que no has dicho, imaginas que propusiste lo que en realidad olvidaste. Puede ocurrir que a Aznar le complazca ver cómo su esposa se mete y sale de aprietos en su vida política. Cuando un cónyuge, por más a gusto y relajado que esté en una bañera con burbujitas saludables, observa cómo se agita estresada haciendo y deshaciendo maletas su media naranja o manzana o pera, ese cónyuge intenta ayudar, encontrar una solución. Ir hacia su atribulada señora (porque la imaginamos atribulada: venga que voy y vuelvo de Madrid, del entierro a la conferencia de prensa y de la morgue al spa) y que, como todo buen marido, le dijera: “Ana, ya haremos este puente en otro momento, mujer”.

Pero no, a lo mejor es que a nuestros políticos, sean presidentes o alcaldes o funcionarios, un puente les parece algo inamovible. Sagrado. Los funcionarios y políticos establecen matrimonios indisolubles con sus cargos, porque sienten que estos les absuelven. De una crisis como la desatada por las jóvenes muertes en la noche de las brujas o el hazmerreír en el Congreso de los Diputados por las tabletas electrónicas perdidas o rotas.

El amor es loco, proclive a accidentes y traiciones. Y fusiones, como la de Darth Vader con Blancanieves, ahora que Disney es propietaria de La guerra de las galaxias. Peras con manzanas. Otra pareja sin papeles, ni necesidad de sentencia del Tribunal Constitucional, fue aquella de Julián Muñoz e Isabel Pantoja. Isabel no ha tenido suerte con los hombres y debe ser porque los busca con demasiado bigote, y el bigote, sabemos todos, no siempre sienta bien. Eso también lo sabe Ana Botella por su marido. Su amor con Muñoz la ha hecho asidua de juzgados. Acaba de pasar el mal trago de saberse abuela mientras un testigo sorpresa desmontaba sus argumentos para demostrar su inocencia. No hay guionista de culebrón que imagine esa secuencia: Pantoja mirando de ladito su móvil y llorando casi a escondidas porque la vida la había hecho abuela y presunta a la vez. Eso sí, apenas pisó la calle, se vino arriba organizando coches y jeeps, subiendo y bajando gente a ir a acompañar a Kiko y Jessica en la buena nueva. Otro ir y venir.

Los gestos son muy importantes en los matrimonios, incluso cuando dejan de serlo, como en el reencuentro esta semana de Isabel Preysler y Julio Iglesias en la boda de su hijo mayor. En una de las fotos más pequeñas del megarreportaje, Preysler alcanza a tocar dedos de su primer marido en un gesto mínimo que acaricia 40 años de historia reciente. Fueron y son. Al igual que Portugal, están tan lejos y tan cerca asumiendo ese rito de vida que es casar a los hijos.

El amor sigue siendo natural; el matrimonio, constitucional.

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