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El toples de Kate Middleton desnuda la hipocresía de la prensa

'The Sun' no ha difundido sus fotos, pero sí se atrevió con las del príncipe Harry en Las Vegas ¿A qué se debe esta ambigüedad de los medios británicos?

La duquesa de Cambridge, durante su visita a las Islas Salomón, en Melanesia, el lunes.
La duquesa de Cambridge, durante su visita a las Islas Salomón, en Melanesia, el lunes.DANIEL MUÑOZ (AP)

¿Qué diferencia hay entre ver al príncipe Enrique de Inglaterra en pelota picada –eso sí: tapándose su hombría con las manos y con una estrellita estratégicamente situada en la foto para ocultar el ano principesco– y ver los pezones al aire de su cuñada Kate? ¿Por qué la publicación de las primeras fotos provocó mucho alboroto en las islas Británicas, pero poco más, y las segundas han hecho que la familia real pida el amparo de la Justicia francesa?

Diferencias hay pocas, y muchas, según cómo se mire. Los dos han cometido el mismo pecado de ingenuidad. Él, al ponerse a tiro de móvil en una fiesta más bien asilvestrada en la que no todos los participantes eran de fiar. Ella, al ponerse a tiro de teleobjetivo en una terraza que estaba lo bastante lejos del ojo humano común, pero lo bastante cerca del ojo profesional del periodismo. Los dos tenían todo el derecho del mundo a hacer lo que hicieron, pero los dos se habrían evitado un disgusto si lo hubieran hecho de otra forma.

Las diferencias. Algunas pueden tener una influencia relativa, o difícil de calibrar, como el hecho de que Enrique sea un hombre y Catalina, una mujer. Otras pueden tener un papel más significativo: las de él fueron tomadas en Las Vegas y las de ella, en la Provenza francesa. Más importancia se le puede dar al hecho de que aunque no es de sangre real, Catalina algún día será reina y Enrique no será rey, salvo inesperados contratiempos. El honor de una reina, aunque lo sea por parentesco político, que no por herencia dinástica, está por encima del honor de un mero príncipe del que no se espera que alcance el trono.

Mucho más significativo que todo eso es el hecho de que el marido de Kate, el príncipe Guillermo, segundo en la línea de sucesión al trono británico, temiera que esta violación de la intimidad de la pareja acabara llevando a su mujer por el calvario de acoso mediático que padeció su propia madre, la princesa Diana de Gales. Eso bastaría para explicar la distinta actitud tomada por los Windsor ante los dos casos.

Pero sería una explicación incompleta. Hay otro aspecto que vale la pena tener en cuenta a la hora de analizar tanto la reacción de la familia real como la de la prensa británica. Para los Windsor no es lo mismo defender el derecho del príncipe Enrique a celebrar orgías privadas en una suite de Las Vegas que defender el derecho de Catalina a sacarse el sujetador mientras toma el sol creyéndose a salvo de miradas ajenas en un castillo provenzal del vizconde Linley, sobrino de la reina Isabel II.

En ese mismo sentido, el público y la prensa británicos sienten menos necesidad de defender a Enrique, al que muchos tienden a ver como un militar que se está desbravando entre misión y misión en Afganistán, que de defender a la frágil Kate frente a la amenaza de los paparazis. Eso o, mejor dicho, el temor de que el público se tirara contra el periódico podría explicar perfectamente por qué The Sun se atrevió en su día a publicar las fotos de Enrique (casi) desnudo, pero no se ha atrevido a publicar las de los pezones de Kate.

El príncipe y la nudista

‘The Sun’ recogió las fotos de Harry en Las Vegas y Buckingham certificó que eran reales. La difusión de las de Kate por parte del ‘Irish Daily Star’ supuso el cese de su jefe de redacción, pero la monarquía no ha logrado impedir su publicación en revistas de fuera de Inglaterra como la francesa ‘Closer’, la italiana ‘Chi’ y la sueca ‘Se och Hr’.

Eso puede parecer un detalle anecdótico, pero tiene una importancia capital a la hora de analizar el debate sobre el derecho a la privacidad y el derecho a la libertad de prensa que está ligado a la publicación de esas fotos y que acompaña a los medios británicos desde hace decenios y, aún más que nunca, desde que en julio de 2011 estallara la crisis de las escuchas ilegales del News of the World.

Lo que hizo el periódico The Sun al publicar las fotos de Enrique no fue preservar el derecho de sus lectores a no verse privados de esa información, como explicó el diario, sino preservar sus intereses comerciales creando polémica para aumentar las ventas. Y si ahora no ha publicado las de Kate no es por respeto a la privacidad de la princesa, sino para evitar represalias de un público muy sensible hacia los excesos de los tabloides en general y de la prensa de Murdoch en particular.

La hipocresía que ahora ha mostrado The Sun flota también en torno al debate sobre el derecho a la privacidad y el derecho a la libertad de prensa. Hipocresía por ambas partes, claro. El derecho a la intimidad y a la vida privada no solo es esencial, sino que nos afecta a todos. Todos podemos de repente perder nuestra intimidad, aunque ahora mismo nuestra vida personal no le interese a nadie.

Pero condicionar el ejercicio del periodismo a la obligación de respetar el derecho a la intimidad podría causar tanto daño como el que intenta limitar: podría acabar de una tacada con el periodismo de investigación, en el que a menudo el periodista se camufla para acceder mejor al objetivo buscado. Por ejemplo, no es lo mismo violar la intimidad de un futbolista para demostrar que le es infiel a su mujer que la de un político para demostrar que es corrupto o la de un empresario para poder probar que está defraudando a Hacienda.

Por eso es tan complejo el debate y por eso los británicos todavía no saben si quieren seguir con la autorregulación que se ha impuesto la prensa desde principios de la década de los noventa o si el Gobierno debe legislar para dejar más explícito en qué condiciones impera el derecho a la intimidad y en qué condiciones impera el derecho a informar y la libertad de expresión.

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