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Tribuna
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La mujer lucha por la igualdad en el deporte

El mito de la fortaleza del hombre y la debilidad femenina carece de credibilidad

Tras los Juegos Olímpicos y Paralímpicos de Londres, llama la atención la progresiva presencia de la mujer en el deporte —incluidos algunos éxitos sonados—, del que históricamente ha permanecido excluida, como de tantas otras ocupaciones atribuidas en exclusiva a los hombres. Siendo por el momento lógica la práctica deportiva separada de uno y otro sexo, la experiencia de muchas separaciones forzadas entre hombres y mujeres permite presagiar, por el momento como una utopía, un futuro de deporte mixto, como en tantas otras actividades de la vida.

Un ejemplo de segregación por razón de sexo es el que viene practicándose en España en algunos colegios, la mayoría vinculados al Opus Dei, que tratan de justificarlo en unos supuestos mejores rendimientos académicos de niños y niñas por separado, dato no consistente, según explicó en 2011 la revista Science. El Tribunal Supremo, en sendas sentencias conocidas en agosto último, ha dado la razón a las Administraciones autonómicas andaluza y cántabra, que retiraron la financiación a dos centros educativos que solo admitían alumnos o alumnas, con lo que se vulneraba una ley de 2006 que excluye de la financiación pública a los centros que discriminan a sus alumnos. En realidad, la segregación educativa por razón de sexo persigue, como se hacía durante el franquismo, evitar el contacto entre chicos y chicas, en línea con lo establecido en 1930 por el papa Pío XI en una encíclica: “La enseñanza mixta promueve la promiscuidad y la igualdad”.

En la práctica del deporte, la separación entre chicos y chicas está, por el momento, avalada por las diferencias físicas de hombres y mujeres. Un experto en Educación Física, el alicantino Llorenç Solbes, asegura que la muy diferente configuración del cuerpo masculino y femenino impide la participación conjunta de hombres y mujeres en el deporte en condiciones de igualdad, dada la superior potencia de los primeros. Pero en realidad, admitiendo que hoy por hoy es así, nada debería impedir que las mujeres que lo desearan pudieran competir con los hombres en el deporte, aunque estuviera asegurada su inferioridad. Ahí está el ejemplo de la futbolista mexicana Maribel Domínguez, llamada Marigol por su facilidad para el tiro a puerta, que, tras hacerse pasar por un chico para jugar en su país en equipos juveniles masculinos, solicitó a la FIFA jugar al fútbol con los hombres y le fue denegado.

El mito de la fortaleza del hombre y la debilidad femenina carece de credibilidad cuando se observa cómo, sin ir más lejos, nuestro vecino Marruecos dedica a gran número de mujeres a faenas agrícolas, que exigen acarrear pesadas cargas y realizar penosos esfuerzos, mientras que son solo hombres quienes se ocupan de la tarea del comercio, en la que brilla su capacidad para el regateo con los turistas, entre taza y taza de té, amenizadas por largas conversaciones —“prisa no buena”— que requieren otras habilidades, pero no la fuerza física.

Nada debería impedir que las mujeres que lo desearan pudieran competir con los hombres en el deporte

Son razones de otro tipo las que mantienen alejadas a muchas mujeres del deporte y de la mera gimnasia. Sociedades como la saudí se amparan en pretextos culturales y religiosos para apartar a las mujeres del deporte y la educación física, como contaba hace unos meses Ángeles Espinosa (Jugar al fútbol con velo para no incitar al pecado, EL PAÍS, 23-3-2012). Argumentos como que “la virginidad de las niñas podría resultar afectada por el exceso de movimiento y los saltos”, o que los deportes son para la mujer “pasos del diablo” que contribuyen a su corrupción moral y a un comportamiento antiislámico, o que la mujer corre especiales riesgos si en la práctica deportiva se mezclan ambos sexos, ofrecen pistas de las dificultades con las que se encuentran las mujeres también a propósito del deporte.

Algunos de los países que han accedido por fin a que sus mujeres participaran en los Juegos Olímpicos se han negado a que lo hicieran sin velo.

Las noticias proporcionadas por los recientes Juegos Olímpicos y Paralímpicos, incluida la meritoria obtención de medallas no previstas, muestran los esfuerzos de las mujeres para salir de ese agujero, a pesar de que hasta 2004 no hubo paralímpico femenino. Laura Gil personifica el éxito en baloncesto. La laureada futbolista Marina García abandona ese deporte porque “nosotras”, dice, “no podemos vivir del fútbol como un futbolista hombre”. Una chica discapacitada se revela como mejor nadadora que un nadador masculino. Los entrenadores de los equipos femeninos —curiosamente siempre son hombres— se asombran, en balonmano, de la “vitalidad y determinación sobrecogedoras” con que juegan las chicas. Y el secretario de Estado para el Deporte, Miguel Cardenal, considera “importantes los éxitos de las mujeres”.

Pero ¿se hace lo necesario para equiparar a las mujeres y a los hombres en las posibilidades deportivas?

Como contrapunto a esta lucha por la igualdad, hay mujeres, intelectuales del feminismo, que rechazan —todavía hoy— la participación femenina en el deporte, al que vinculan —siempre— con la violencia, hasta el punto de considerar que los meros espectadores del fútbol —incluso solo a través de la tele— no siempre saben tratar a las mujeres...

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