Un verano en Dakar
Primera de 5 crónicas de una coperante desde el terreno. Por Yolanda Román (@stricto_sensu)
Foto/Óscar Naranjo Galván
Escribo desde Dakar, llevo aquí tres semanas y aquí estaré todo el verano trabajando con Save the Children en la emergencia de Sahel, donde 18 millones de personas viven al borde del abismo del hambre. Como el mundo está lleno de buenas personas, me han cedido este espacio para compartir mis personales reflexiones “veraniegas” desde esta parte de África, seguramente como compensación por haberme quedado sin vacaciones.
Moisturiser
Por fin han empezado las esperadas lluvias, en Dakar y en toda la región. Los chaparrrones repentinos me producen una extraña mezcla de melancolía y genuina hilaridad. Me río y parece que lloro, lo que produce perplejidad entre los que me rodean, ignorantes ellos del revoltijo emocional que me habita y que, como pueden confirmar quienes mejor me conocen, es totalmente inofensivo y un mero reflejo de las paradojas y contradicciones que constato a mi alrededor.
Los contrastes son enormes y no dejan de interpelarme, no sólo entre dos mundos tan distintos, sino también entre mi vida de acá y la de allá. Aunque trabajo 10 horas seguidas y termino agotada con el esfuerzo de comunicarme en inglés y en francés y de descifrar las más increíbles siglas que podáis imaginar, siento que aquí tengo más tiempo para mí. ¡Hasta he podido leer una novela! Y he vuelto a ponerme crema. Pensaréis que soy una frívola, pero esperad, que me explico. Ese momento de untarme de crema significa recuperar un espacio conmigo misma que hacía tiempo que no frecuentaba. El espacio de la no-prisa, imposible de encontrar en Madrid: que si los niños, que si el trabajo, que si el amor, que si una reunión que se alarga y el súper que cierra, que si una conferencia que no me quiero perder, que si alguna vez habrá que ir al cine y ver a los amigos, que si un informe por aquí o una entrevista por allá ... y todo corre que te corre para llegar a todo y hacerlo bien. Qué estrés sólo de leerlo, ¿verdad? Pues eso quiero decir, que aquí experimento una calma nueva y la sensación de no tener prisa y de poder pensar.
La situación en la región varía de un país a otro, pero en general no hay grandes noticias, aparte del deterioro de la seguridad en Mali. Todos estamos pendientes de Mali, ya que a la crisis alimentaria se le puede sumar una gran crisis humanitaria debido a los desplazados internos y los refugiados que huyen del norte del país, controlado por grupos armados. Ya hay más de 300.000 personas refugiadas en los países vecinos, Burkina Faso, Mauritania y Níger. Mientras la comunidad internacional decide qué hacer, las ONG seguimos trabajando en toda la región y peleándonos para ponernos de acuerdo entre unos y otros sobre las cifras de desnutrición. Parece que los índices mejoran en Níger y empeoran en Burkina... ¿o es al revés? Si las cosas van bien, en cualquier caso, es gracias a nuestros esfuerzos, si empeoran, se debe por supuesto a la falta de fondos. Esa parece ser la lógica. Lo que es seguro es que llegamos a mucha gente y salvamos muchas vidas, aunque sabemos que muchos niños morirán sin que podamos hacer nada, este año, el año que viene y el siguiente.
Mi trabajo es raro. No estoy realmente en terreno. Recojo y analizo el trabajo de los distintos actores humanitarios y lo transformo en mensajes de incidencia política. Desde esa relativa distancia, pero tan cerca de lo que está pasando, no puedo evitar pensar que hay que replantearse todo lo que hacemos y revisar por completo el sistema de ayuda al desarrollo y el de la acción humanitaria; no pueden seguir actuando en paralelo sin integrarse, sin fijarse objetivos comunes para atacar las causas de la creciente vulnerabilidad de las comunidades, cada vez más dependientes de la ayuda para hacer frente a crisis cíclicas y cada vez más frecuentes.
Pero quienes llevan tiempo en el terreno están demasiado ocupados para pensar estas cosas y me miran atribulados cuando intento compartir mis ideas, convencidos, seguramente, de que estoy abusando de la medicación contra la malaria. No hay manera de pararse en medio de una crisis humanitaria. En terreno, como en Madrid, nadie tiene tiempo para ponerse crema. No es que yo piense que el mundo vaya a cambiar si todos nos hidratamos concienzudamente, pero quién sabe qué pasaría si de pronto saliésemos de la rutina y nos parásemos a pensar un rato, a hablar con nosotros mismos en el espacio de la no-prisa, de lo no-urgente. Tal vez podríamos ponernos de acuerdo en cómo hacer mejor lo que con tan buena voluntad hacemos.
Yo creo que es necesario, no vaya a ser que con tanta prisa y tanta urgencia no sólo se nos reseque la piel sino también el cerebro o, peor aún, el alma.
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