Cada día escucho gritos de socorro
Cada día sucede. Abres el correo y ahí están los mensajes, uno tras otro, de distintas organizaciones de emergencia y desarrollo, pidiendo socorro y ayuda a los periodistas para que difundamos aquello que le está sucediendo a gente que habita en otros lugares, en otros mundos que, sin embargo, siempre están en este. Y bien cerca. Hace pocas semanas vi morir a un niño por neumonía en Ghana. Tenía tres años. Su padre le ordenaba que no se marchara tan pronto. "Sigue aquí, sigue aquí, aguanta", le decía. No le hizo caso. Y tenía suerte: se encontraba en un hospital. Hace más tiempo, ví agonizar a otro, enfermo de malaria y diarrea, en Sierra Leona. Con menos fortuna: el centro sanitario más cercano estaba a un día de camino (andando, no todo el mundo tiene transporte en este mundo). En Kisumu (Kenia) tal como contaba aquí el otro día, muchos fallecen antes siquiera de nacer por no tener asistencia médica a tiempo. Otros no sobreviven ni al año, porque la comida no alcanza. En Malí, de donde acabamos de regresar, hay pequeños desnutridos, huerfanos desplazados del Norte en condiciones miserables. Bastantes.
Más cerca, hace otro tanto, escuché casualmente el comentario de una colega hablando por el móvil con alguien sobre la reciente hambruna en Somalia, calificándola como "otra vez el aburrimiento de siempre, eso de los niños muriendo de hambre en los hospitales, que empacho". Tal cual. Tenemos problemas los periodistas para informar sobre el hambre, cuando en verdad si fuera considerado como lo que es, un verdadero escándalo, sería noticia de gran calado, un wikileaks vergonzoso: el mayor fracaso político, el mayor crimen cometido, la mayor prueba de fracaso económico internacional.
El hartazgo del rico es un cáncer llamado indiferencia (seguramente esto lo dice una canción cuyo título ahora no recuerdo). El mal está aquí, bien arraigado entre nosotros. Por eso, quizá, otra vez, charlando en grupo de todo esto, un amigo soltó, entre cerveza y cerveza: "¡Hombre, algo habrán hecho los africanos, si no de qué iban a estar así!". Claro, debí responder yo. Tenemos problemas los ciudadanos para lidiar con el hambre. Nos movemos por impulsos: un rato de piedad y caridad y al otro convencidos de que nosotros vivimos mejor porque lo valemos. Hay quien piensa que Dios ha puesto a cada uno en un lugar. Y basta, hay que aceptarlo. Para los ateos, esta explicación no sirve.
Cuento esto, porque la reacción y explicación ante el estado del mundo es personal e instranferible, sin duda. Respetable siempre. Hay quienes, sin embargo, desean que este modelo cambie. Muchas personas. Muchas que intentan hacer algo vía particular y otras, vía ONG. Pero también las organizaciones tienen su vía crucis para abordar el asunto: ahora que se cumple medio siglo de ayuda al desarrollo, se ve cada vez con más claridad que la ayuda es venda bien provisional, no basta para curar la herida si no se completa con verdaderas medidas estructurales y políticas.
Hay quien desea que el modelo de mundo cambie. Yo lo deseo. Deseo no ver nunca más morir a alguien de enfermedad curable, de miseria o de hambre. Deseo no tener que aceptarlo como algo inevitable. En parte alguna.
Qué podemos o debemos hacer es pregunta de respuesta nada fácil.
Uno es de Médicos Sin Fronteras y habla de la situación en Sudán del Sur, ahora justo que se cumple un año de su independencia, y el otro, de UNICEF, siempre sobre la situación de la infancia en algún lugar. Esta vez su preocupación son los abusos a menores en el norte de Malí, zona caliente en la actualidad con los independentistas tuareg e islamistas peleando contra todos y contra sí mismos. En Bamako (capital del país) ya nos contaron la semana pasada que la ciudad de Gao ha sido fuertemente minada, algo que este comunicado confirma.
Estimados compañeros, un día más os mando un comunicado de prensa con las últimas noticias que nos llegan desde Sudán del Sur, donde las lluvias están empeorando aún más la situación de los cerca de 200.000 personas que buscan refugio en los estados de Unidad y Alto Nilo. De hecho, el último estudio epidemiológico que hemos llevado a cabo hace tan solo unos días pone de manifiesto unas cifras verdaderamente preocupantes:
Un saludo y gracias una vez más por todo. Médicos Sin Fronteras
Por su parte, UNICEF, que habitualmente nos envia información actualizada sobre la gravísima sobre la hambruna en toda la zona del Sahel, amplía esta esta vez la información con respecto a Malí.
"UNICEF expresa hoy su profunda preocupación por la situación en el norte de Malí, donde hay evidencias de que los niños están siendo asesinados o heridos por artefactos explosivos y reclutados por grupos armados, aparte de informes que revelan violaciones y abuso sexual. Las evidencias recogidas desde finales de marzo muestran que:
• Al menos 175 (12-18 años) han sido reclutados por grupos armados
• Al menos 8 niñas fueron violadas o sufrieron otros abusos sexuales
• Dos niños de 14 y 15 años fueron asesinados en distintos incidentes relacionados con artefactos explosivos sin detonar, y otros 18 han resultado mutilados.
El cierre de la gran mayoría de las escuelas en toda la región es un motivo adicional de preocupación, que afecta a más de 300.000 menores sólo en educación básica. Los niños sin escolarizar sufren mayor riesgo de reclutamiento, violencia y explotación. "Estas cifras son motivo de alarma, especialmente porque representan sólo una visión parcial del contexto de protección de la infancia en el norte -un área donde se limita el acceso de los trabajadores humanitarios", dijo Theophane Nikyema, Representante de UNICEF en Malí. "Los niños en el norte están siendo testigos o convirtiéndose en víctimas de la violencia y deben ser protegidos." UNICEF trabaja con aliados locales en las regiones afectadas por el conflicto, Kidal, Gao y Tombuctú, así como en la región fronteriza de Mopti para fortalecer la capacidad de las comunidades para proteger a los niños -cómo identificar y apoyar a los que están separados de sus familias, crear conciencia pública sobre los riesgos para ellos, incluido el reclutamiento en grupos armados, y promover la educación.
Los disturbios en el norte de Malí transcurren al mismo tiempo que la grave crisis nutricional que tiene lugar en gran parte del Sahel, ahora en la más precaria ‘temporada de carestía’ entre cosechas. Alrededor de 560.000 niños en Malí están en riesgo de malnutrición aguda este año, incluyendo entre 175.000 y 220.000 que requieren de tratamiento para salvar sus vidas. La gran mayoría de pequeños desnutridos viven en las regiones del sur del país, pero las condiciones en el norte han reducido drásticamente el acceso de las familias a la atención sanitaria básica, los alimentos y el agua. Más de 330.000 personas, una quinta parte de ellas menores, han huido de sus hogares, con 150.000 desplazados internos en Malí, y más de 180.000 en busca de refugio en países vecinos.
UNICEF ya ha proporcionado suministros de emergencia de salud, nutrición, agua, saneamiento e higiene y artículos de uso doméstico a los aliados que trabajan en Gao, Tombuctú y Kidal, y está llegando vacunas, suplementos nutricionales y medicamentos antiparasitarios en la máxima medida posible. En todo el país, más de 70.000 niños han recibido tratamiento contra la desnutrición aguda desde el inicio del año, y durante la semana pasada UNICEF y sus aliados apoyaron a las autoridades nacionales de salud para llegar a casi seis millones de niños con vacunas contra la poliomielitis, suplementos de vitamina A y medicamentos antiparasitarios. La financiación adicional es crítica -sólo se ha obtenido el 21% de los 58 millones de dólares que solicitó UNICEF Malí para el año 2012, y sólo se ha alcanzado el 10% del objetivo de protección de la infancia.
Nuestra vida y la vida de tantos otros. ¿Qué podemos o debemos hacer ante esto?
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