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LA CUARTA PÁGINA
Tribuna
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Reino Unido necesita una votación sobre Europa

Antes, la eurozona debe resolver en qué va a consistir la UE, y Escocia, en qué va a consistir el Reino Unido. Averiguar quiénes somos es un proceso en dos fases: primero, Gran Bretaña, y después, Europa

Timothy Garton Ash
ENRIQUE FLORES

Todos los partidos políticos de Reino Unido deberían incluir en sus programas para las elecciones generales el compromiso de celebrar un referéndum sobre la permanencia de Reino Unido en la Unión Europea durante la próxima legislatura. Dicho referéndum debería estar compuesto de una pregunta muy sencilla: ¿Quiere que Gran Bretaña permanezca en la Unión Europea? En lo que la Unión Europea sea a esas alturas, claro está, y con las mejores condiciones que nuestro Gobierno haya sido capaz de negociar. Dentro o fuera. Sí o no. Solo así podremos decidir los británicos quiénes somos y dónde queremos que esté nuestro país. Sin ese momento decisivo, seguiremos jugando a ir por nuestra cuenta y ser eternamente indecisos.

Sin embargo, es ridículo dedicar mucho tiempo al tema en estos momentos, cuando todavía no sabemos si la eurozona se va a salvar ni cómo ni, por tanto, cómo va a ser Europa. Si la eurozona se viene abajo, puede pasar cualquier cosa. A lo mejor los euroescépticos conseguirían esa Europa más flexible con la que sueñan sin tener que levantar un dedo, y ya veremos lo que les parecería.

Si la eurozona se salva, tendrá que ser avanzando aún más y añadiendo elementos fundamentales de una unión bancaria, fiscal y, por tanto, forzosamente política. Y eso cambiará la naturaleza de la Unión Europea por completo. Planteará, no solo a Reino Unido sino a los otros nueve Estados miembros de la Unión Europea que no están hoy en la eurozona, la cuestión de qué relación estructural tiene esta última con la Unión de 27.

Si Escocia aprobara ser independiente sería necesario aclarar varios enredos constitucionales

La economía política sigue siendo la base de lo que hace la Unión Europea y ese núcleo, si actúa y vota de forma unida, podría acabar imponiendo condiciones a los demás, incluso en aspectos como el mercado único, tal como hace en la actualidad la propia Unión Europea con países como Noruega y Suiza, esos pequeños paraísos con los que sueñan los tories euroescépticos más extremistas.

Esta posible negociación entre los que están dentro y los que están fuera de la eurozona es muy diferente de cualquier intento británico de renegociar su relación con la Unión Europea, incluida la recuperación de poderes en temas como el capítulo social, la directiva sobre jornadas de trabajo y las normas ambientales. Iniciar esa negociación ahora, como exigen el exministro de Defensa Liam Fox y muchos diputados conservadores, sería una locura difícil de superar. Incluso en el caso de que se esté totalmente de acuerdo con sus objetivos, hasta un niño de cinco años comprende que este es el peor momento posible.

La casa de mi vecino, una destartalada mansión de estilo imperio, está en llamas. El ama de casa alemana, que parece ser quien lleva los pantalones, el locuaz marido francés, el maestro italiano residente, el español... —bueno, ya vale de estereotipos étnicos— corren de un lado a otro con cubos y mangueras para intentar apagar el fuego. En ese momento crucial, otro vecino, David Cameron, se acerca desde su sólida casa Tudor de corredor de Bolsa y dice: “Eh, amigos, ¿podríamos discutir un momento la posibilidad de mover un poco la valla? ¿Y, ya que estamos, recortar esa falsa acacia que tiene usted? Está soltando hojas en mi piscina”.

Imagínense la reacción. Merde sería lo más suave. Sobre todo, porque el buen vecino Cameron llevaba ya un rato dando útiles consejos desde su balcón: “Vamos, chicos, daos prisa y haced más esfuerzos. Lo que os hace falta es una unión fiscal. Angela se encargará de pagarla. Siento mucho que nosotros no podamos aportar ni un penique a vuestro Instrumento de Emergencia para la Eliminación de Fuegos (IEEF), pero, ya saben, somos británicos”.

En realidad, Cameron sabe todo esto a la perfección. Es lo que decía hasta el sábado pasado. Ahora se ha visto obligado a recortarlo un poco por las voces que gritan desde sus bases euroescépticas y por la amenaza del Partido para la Independencia del Reino Unido (UKIP, en inglés), que, según las encuestas de opinión, está atrayendo a votantes euroescépticos del Partido Conservador. Por eso, al hablar del referéndum, Cameron ahora no dice ni que sí ni que no. Dice que sí y que no. Otra vez los eternos indecisos.

Reino Unido debería en los dos próximos años hacer las paces con sus vecinos europeos

Existe otro buen motivo para esperar hasta después de 2015: este Parlamento, de todas formas, ya va a presenciar un referéndum importante. En 2014, los escoceses votarán si desean la independencia. Si Escocia aprobara ser independiente, el sujeto y el verbo del referéndum europeo seguirían siendo los mismos, pero el objeto, Gran Bretaña, sería diferente. Sería el Reino Unido de Inglaterra, Gales e Irlanda del Norte, nada más. Y sería necesario aclarar varios enredos constitucionales, incluida la pertenencia a la Unión Europea de los dos nuevos Estados.

Por consiguiente, averiguar quiénes somos es un proceso en dos fases: primero, Gran Bretaña, y después, Europa. En una conversación que mantuvimos a principios de esta semana, Nick Clegg, viceprimer ministro y líder de los Demócratas Liberales, sugirió que quizá en esta legislatura deberíamos concentrarnos en la unión de los británicos y dejar la de los europeos para la próxima.

Es evidente que, en la práctica, no será tan sencillo. Si Angela Merkel quiere imponer su nuevo tratado en la eurozona, los euroescépticos dirán que para eso es preciso un referéndum. Hay una decisión de tipo técnico pero muy importante que Reino Unido tendrá que tomar en 2014, sobre si unas leyes relacionadas con la lucha contra el crimen y la policía deberían estar sometidas a la última palabra del Tribunal Europeo de Justicia.

Lo que debería hacer Reino Unido es dedicar los dos próximos años a hacer las paces con sus vecinos europeos, en lugar de presionar; cultivar amistades, que le harán mucha falta en las próximas negociaciones del presupuesto de la Unión Europea; contribuir todo lo posible a encontrar una solución para la eurozona, pero también construir relaciones con otros países que no son miembros de la zona euro y, por consiguiente, se enfrentan al mismo peligro de exclusión de los sitios en los que se toman las decisiones fundamentales; y si los conservadores quieren además hacer una “auditoría” de nuestra relación con la Unión Europea, ¿por qué no?

Me despido de ustedes durante cuatro meses para escribir un libro. Tal vez algún acontecimiento importante en el continente me saque de mi retiro; desde luego, la relación de Gran Bretaña con Europa no, porque no va a pasar nada decisivo a corto plazo. El debate británico sobre Europa se centra una y otra vez en las mismas cuestiones de siempre, como uno de aquellos viejos discos de 75 revoluciones por minuto en los que la aguja se quedaba atascada en un surco: “Rule Britannia, Britannia rules the ‘click’, Rule Britannia, Britannia rules the ‘click’, Rule Britannia, Britannia rules the ‘click”.

Timothy Garton Ash es catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford, investigador titular en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford. Su último libro es Los hechos son subversivos: ideas y personajes para una década sin nombre.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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